Comprender
una ciudad
es
adentrarse en sus orificios
y
recibir todo lo nuevo
como un
oleaje.
Algo
bulle en la oscuridad
desconocido
hasta
que estalla
frente
a la primera epifanía:
ciudad,
te ha imaginado un dios
y los
hombres te han construido
prístina
a su
voluntad.
Pero
también hay algo mío:
la
misma silueta de los edificios,
los
balcones de Recoleta estilo francés,
el café
todo vidriado de la esquina,
las
calles de San Telmo en el Barrio Latino,
una
avenida del Libertador
que se llama
Boulevard Saint-Michel:
¿dónde
estás, París, que todavía
camino
por Buenos Aires?
Tampoco
hemos heredado todo.
Acá, el
sonido de la sirena
es más
agudo, más gangoso.
Hay un
cuidado especial
para
bajar del subte, menos ruido,
algo
más alto que el Obelisco
y el
grito de los cuervos
que me
van guiando
hasta
el Montparnasse.
La
gente ha dejado
sobre
una tumba
cigarrillos
y boletos del Metro.
¿Cómo
sería saltar al cielo
de una
rayuela
dibujada
sobre
la lápida?
Paula
Giglio
La risa
loca de los ángeles
I
Premio Centrifugados de poesía joven
Ediciones
Liliputienses
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