EL CAMISÓN DE EMILY DICKINSON
«Las obligaciones del viento son pocas»
E.D.
A la
luz, el algodón recién planchado,
blanca
sarta de hilos
que
ligeramente despuntan
al
llegar al tobillo.
Al trasluz,
los muslos también blancos,
carne
blanda que no ha sido anfitriona.
Lejos el
negro vestido de las fotos,
el
solemne luto de cuello almidonado,
los
cabellos negros, recogidos.
En la
casa, el silencio.
Los pies
descalzos
—cerciorándose antes
de que no queda rastro
alguno
de visitas—,
traspasan el rellano.
Lejos queda la habitación-guarida,
la vida de fantasma
entre cadáveres que sólo parlotean.
Sola,
ebria de blanco, de algodón,
de luz, de blanda carne,
con los cabellos sueltos y enredados,
Emily abraza la corteza del árbol.
Paseando los dedos por la hierba,
atraviesa aprisa la colina,
hasta llegar al campo de amapolas.
Y se deja caer, extendidos los brazos.
De vuelta a casa,
con la blancura manchada
de barro, de hierba, de amapolas,
las manos de viento,
el cuerpo de viento,
la risa más viento todavía.
Y la libertad,
con su collar de espinas,
se arrastra otra vez hasta la alcoba.
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HOMERO MINTIÓ
No era a tejer y a destejer esperas
a lo que dedicaba Penélope las noches.
Dormían sus pretendientes esperando,
ávidos, ver al fin la mortaja de Laertes,
mientras ella inventaba sus propias odiseas.
Leía pergaminos
traídos por mar que habitan las sirenas
aprendía uno a uno
los acordes-escudo de sus cantos.
Penélope a salvo
de la mirada de ellos,
el bozal en suspenso,
distendida la soga,
deseaba que el viaje durase para siempre.
No era a tejer y a destejer esperas
a lo que dedicaba Penélope las noches.
Ella jamás pensó que Ulises
al fin,
regresaría.
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COMO VIRGINIA WOOLF
Quiero escribir dos breves notas a las doce
y hundir mi cabeza bajo el agua.
Que sean, flotando, los cabellos
negras algas que lentamente bailen.
Llenar de guijarros los bolsillos
y caminar buscando lo profundo,
sin piedad por aquéllos que se quedan.
Quiero hundir mi cabeza bajo el agua,
los ojos abiertos y redondos:
dos peces verdes que naden sin moverse.
Que sean mis últimas palabras
delicadas burbujas sin sonido.
Y dejar sólo un eco
de ondas sobre el río
que apenas pueda verse.
Y dejar sólo un eco
de ondas sobre el río
que no se apague nunca.
Olalla Castro Hernández
La vida en los ramajes
Devenir
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