domingo, 26 de julio de 2020

TRES POEMAS DE LA VIDA EN LOS RAMAJES DE OLALLA CASTRO HERNÁNDEZ


 

 

 

EL CAMISÓN DE EMILY DICKINSON

 

«Las obligaciones del viento son pocas»

E.D.

 

A la luz, el algodón recién planchado,

blanca sarta de hilos

que ligeramente despuntan

al llegar al tobillo.

Al trasluz, los muslos también blancos,

carne blanda que no ha sido anfitriona.

Lejos el negro vestido de las fotos,

el solemne luto de cuello almidonado,

los cabellos negros, recogidos.

En la casa, el silencio.

Los pies descalzos

—cerciorándose antes

de que no queda rastro

alguno de visitas—,

traspasan el rellano.

Lejos queda la habitación-guarida,

la vida de fantasma

entre cadáveres que sólo parlotean.

Sola,

ebria de blanco, de algodón,

de luz, de blanda carne,

con los cabellos sueltos y enredados,

Emily abraza la corteza del árbol.

Paseando los dedos por la hierba,

atraviesa aprisa la colina,

hasta llegar al campo de amapolas.

Y se deja caer, extendidos los brazos.

De vuelta a casa,

con la blancura manchada

de barro, de hierba, de amapolas,

las manos de viento,

el cuerpo de viento,

la risa más viento todavía.

Y la libertad,

con su collar de espinas,

se arrastra otra vez hasta la alcoba.

 

 

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HOMERO MINTIÓ

 

 

 

No era a tejer y a destejer esperas

a lo que dedicaba Penélope las noches.

Dormían sus pretendientes esperando,

ávidos, ver al fin la mortaja de Laertes,

mientras ella inventaba sus propias odiseas.

Leía pergaminos

traídos por mar que habitan las sirenas

aprendía uno a uno

los acordes-escudo de sus cantos.

Penélope a salvo

de la mirada de ellos,

el bozal en suspenso,

distendida la soga,

deseaba que el viaje durase para siempre.

No era a tejer y a destejer esperas

a lo que dedicaba Penélope las noches.

Ella jamás pensó que Ulises

al fin,

regresaría.

 

 

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COMO VIRGINIA WOOLF

 

 

 

Quiero escribir dos breves notas a las doce

y hundir mi cabeza bajo el agua.

Que sean, flotando, los cabellos

negras algas que lentamente bailen.

Llenar de guijarros los bolsillos

y caminar buscando lo profundo,

sin piedad por aquéllos que se quedan.

Quiero hundir mi cabeza bajo el agua,

los ojos abiertos y redondos:

dos peces verdes que naden sin moverse.

Que sean mis últimas palabras

delicadas burbujas sin sonido.

Y dejar sólo un eco

de ondas sobre el río

que apenas pueda verse.

Y dejar sólo un eco

de ondas sobre el río

que no se apague nunca.

 

 

 

Olalla Castro Hernández

La vida en los ramajes

 

Devenir


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