Para que
tú lo destrozaras
yo
levanté este castillo.
Mis centinelas
dormían
pagados
por un dueño borracho.
Ahora ya
nada puedes hacer,
te
encuentras en el centro del laberinto
y tu
única meta posible
es el
extravío
o la
conquista del tesoro.
Afuera el
campo abierto
aún brama
por ti,
pero tú
ya perteneces
a este
lado de la ruina.
Aprecio
las huellas del tiempo en tu rostro;
sin
embargo
las
arrugas no hicieron de ti
un
hombre mejor.
Con los
años fue adquiriendo
musculatura
el instinto
de
advertir la belleza que pasa a tu lado
y
perfección el arte
de
convertirte en espejo.
Y la
belleza ama su igual.
Sin embargo,
por
encima de todo
la
belleza ama su igual
y no
reposa tranquila
en los
brazos de quien por todo pago
le
ofrece una casa llena de espejos.
La
belleza procura la belleza,
la belleza
no se ve satisfecha
con
llenar de amor los días de un hombre.
La belleza
no es complaciente
ni dadivosa,
la belleza
no es filantrópica
ni
trabaja para el inglés.
Con los
años tu cara
adquirió
la belleza de la sequedad y el desierto.
Sin embargo,
tus arrugas
no
acompañaron
los
pliegues de la grandeza.
————————————
Porque no
hay una perfección del amor
pero sí
un país donde el amante
pueda
cambiar su moneda.
Mientras
te convertías en la dulce criatura
que
crecía y respiraba
más
allá de mí,
tuve
siempre la impresión
cuando
te veía reír
en el
último peldaño de la escalera
de que
ya nunca nadie
aunque
tú desaparecieras,
aunque
tu sonrisa se borrara
y esa
escalera no fuera más
que
parte de un escenario
destinado
a sucumbir,
podría
jamás arrebatarme ese país
donde
por mi propio corazón
fui
sólo deslumbrada.
Luisa
Castro
La
fortaleza – Poesía reunida (1984 – 2005)
Visor
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