Hablar
del mundo es proponer un mundo. De forma indisoluble. Toda opinión, toda mirada
selecciona unos rasgos y no otros, señala un paisaje determinado y, consciente
o inconscientemente, sus límites. Quiere esto decir que no parece posible una
mirada total global, que lo viera todo, aunque solo sea porque, para
ello, esta debería, paradójicamente, localizarse en un fuera-de-lugar,
una nada que con dificultad podría ser tal desde el momento en que algo tan
complejo como una mirada o un lenguaje se proyecta desde ella. En este sentido,
no puede haber un solo mundo sino tantos como sujetos —individuales y colectivos— miren y hable. Hablar del mundo es pronunciar un
mundo entre otros. Fragmentos.
Alicia Bajo Cero
Poesía y poder
La oveja rota
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