IV
A SILVESTRE REVUELTAS, DE MÉXICO,
EN SU MUERTE (ORATORIO MENOR)
Cuando
un hombre como Silvestre Revueltas
vuelve
definitivamente a la tierra,
hay un
rumor, una ola
de voz
y llanto que prepara y propaga su partida.
Las
pequeñas raíces dicen a los cereales: «Murió
Silvestre»,
y el
trigo ondula su nombre en las laderas
y luego
el pan lo sabe.
Todos
los árboles de América ya lo saben
y
también las flores heladas de nuestra región ártica.
Las
gotas de agua lo transmiten,
los
ríos indomables de la
Araucanía
ya saben la noticia.
De
ventisquero a lago, de lago a planta,
de
planta a fuego, de fuego a humo:
todo lo
que arde, canta, florece, baila y revive,
todo lo
permanente, alto y profundo de nuestra América lo acogen:
pianos
y pájaros, sueños y sonido, la red palpitante
que une
en el aire todos nuestros climas,
tiembla
y traslada el coro funeral.
Silvestre
ha muerto, Silvestre ha entrado en su música total,
En su
silencio sonoro.
Hijo de
la tierra, niño de la tierra, desde hoy entras en el
tiempo.
Desde
hoy tu nombre lleno de música volará cuando se
toque
tu patria, como desde una campana,
con un
sonido nunca oído, con el sonido de lo que fuiste,
hermano.
Tu
corazón de catedral nos cubre en este instante, como el
firmamento
y tu
canto grande y grandioso, tu ternura volcánica,
llena
toda la altura como una estatua ardiendo.
Por qué
has derramado la vida? Por qué
has
buscado
como un
ángel ciego, golpeándose contra las puertas oscuras?
Ah,
pero de tu nombre sale música
y de tu
música, como de un mercado,
salen
coronas de laurel fragante
y
manzanas de olor y simetría.
En este
día solemne de despedida eres tú el despedido,
pero tú
ya no oyes,
tu
noble frente falta y es como si faltara
un gran
árbol en medio de la casa del hombre.
Pero la
luz que vemos es otra luz desde hoy,
la
calle que doblamos es una nueva calle,
la mano
que tocamos desde hoy tiene su fuerza,
todas
las cosas toman vigor en tu descanso
y tu
pureza subirá desde las piedras
a
mostrarnos la claridad de la esperanza.
Reposa,
hermano, el día tuyo ha terminado,
con tu
alma dulce y poderosa lo llenaste
de luz
más alta que la luz del día
y de un
sonido azul como la voz del cielo.
Tu
hermano y tus amigos me han pedido
que
repita tu nombre en el aire de América,
que lo
conozca el toro de la pampa, y la nieve,
que lo
arrebate el mar, que lo discuta el viento.
Ahora
son las estrellas de América tu patria
y desde
hoy tu casa sin puertas es la Tierra.
De
Canto General
Pablo
Neruda
Obras
completas I
De
«Crepusculario» a «Las uvas y el viento» 1923 – 1954
Edición
de Hernán Loyola
Con el
asesoramiento de Saúl Yurkievich
Galaxia
Gutenberg
No hay comentarios:
Publicar un comentario