XI
Mi
abuelo engulló las cúspides
y
cultivó en su corazón todas las alegorías
que
trajeron las almas, y él fue un todo detrás del Otro Mundo.
Nahualpilli
podía dormir
porque
mi abuelo era su hermano taciturno,
silencioso
como el frío que, sin mediar palabra, congela los latidos.
A veces
era mudo y meditabundo.
Tirado
sobre su vieja colcha,
parecía
un Garrobo a las dos de la tarde,
Su piel
era así, carrasposa y aguantadora.
Él me
protegió desde que nací,
desde
cuando mi madre fue cazada y domesticada su memoria
y mi
abuela había huido entre las grietas de un invencible Guayacán
con la
daga de cincelar las cuentas de su raza.
Fui
salvado por una serpiente, haciéndome tragar por ella
expulsándome
luego en la colcha de mi abuelo
que
agonizaba mirando la Cruz del Sur,
en un
recodo del río de las vergüenzas,
una
señal que auguró las colosales desdichas venideras.
Lloré
de hambre en las costillas de mi abuelo.
Yo no
sabía caminar y él era un moribundo
cuyo alter ego atravesó el laberinto
de
llamas y basura con paredes de metálicas cervezas
humedecidas
por la brisa del insecticida
que
deformaba el alma de las Magnolias.
Iba
escudriñando el suelo
para
dar con una obsidiana parida por las vírgenes
que
pudiera auxiliar y proteger a mi abuelo.
Vi
cuando alargó una garra al universo
y trajo
hasta mi boca granos dulces de Cacao.
Y con
la otra encontró en la orilla arenosa del rio
la
piedra guerrera marcada para luchar.
Negra
piedra que repartió las puntas
que
rajaron las entrañas de la corona.
Los dos
fuimos alimentados también por su soplo
de
donde brotaron los bocados de Hongo y Lobelia.
Trajo
consigo los espíritus de la Chacruna y el Yagube
enviados
por los ancestros de mi abuelo
para entender
el lenguaje de las almas,
y
Nahualpilli le fue entregado como hermano.
Esthela
Calderón
Los
huesos de mi abuelo
(Eco-poesía
sin fronteras)
Antología
bilingüe
Selección
y traducción: Steven F. White
Introducción:
Roberto Forns-Broggi
Amargord
Ediciones
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