Mandatos funerarios de los marinos partos
(Res Gestæ,
Amiano Marcelino)
No
permitas que los muertos velen por ti.
No
hagas que los muertos trabajen para ti.
No los
menciones en tus plegarias, que con ello
sólo
conseguirás despertarlos.
Si el
muerto conoció el mar, sepúltalo en
tierra
con un puñado de sal en la boca.
Si el
muerto comandó una nave, sepúltalo
con un
trozo de madera olorosa en cada
mano.
Los gusanos no se atreverán
a su
carne.
No les
pidas favores, no los llames, no los
amarres
a tus palabras y oraciones. Una
oración
es una cadena atada al tobillo de su
ánima;
no pueden zafarse y huir.
No
busques consultarlos escrutando la tripa
ennegrecida
de la noche.
Unta con
aceites ocres el cuerpo del muerto.
Espera
a que se hinche antes de enterrarlo,
cuando
su piel tenga el color del mar bajo
poca
luz.
No
pidas a los muertos que te guíen en
altamar;
sabes que tienen prohibido entrar
al
agua.
No
dejes comida para ellos; no tienen
apetito.
Si el
muerto se ha ahogado, será necesario
cortarlo
en trozos y darlo de comer
a los
peces.
No
enciendas velas ni quemes hierbas
aromáticas,
que con ello sólo conseguirás
su
insomnio.
No uses
sus huesos en la adivinación. Cada
hueso
es una llave, pero no sabes
de qué
puerta.
Déjalos
en su eternidad angosta, en su cama
estrecha
como un labio.
Adalber
Salas Hernández
Morir
no es un arte
Ediciones
Liliputienses
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