Ajmátova vislumbra Leningrado
Un
canto agudo abre una grieta por la que se descuelgan las formas efímeras. Bajo
su extensa bóveda, se arremolinan los más variados animales: mandas de ñus,
golondrinas, caimanes, langostas subterráneas que brotan y que estallan como
vajilla fina contra el mármol. Un silencio entre dos notas, así se desplaza el
aire hasta el extremo; va arrastrando partículas de todo lo que vaga por la
partitura arrugada, vieja locomotora que amenaza siempre con descarrilar. ¿Se
asoma por la ventanilla la idea principal como Ajmátova cuando vislumbraba
entre la nieve Leningrado? Casi acabado el sol, se entretiene un minuto más
sobre las tejas. El viento compone su melodía filtrándose por los intersticios,
como agua que araña un pedregal. También la claridad se reúne tras el parteluz,
imprime sus huellas sobre una textura que es parte suelo y parte espejismo.
Cuando el canto se detiene el poema acaba fundiéndose en la hierba.
José
García Obrero
Hueso
Godall
edicions
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