ENFANT INONNU
LOS paquetes de Navidad dirigidos a la reina de
Inglaterra no serán desempaquetados, por supuesto, por ella misma, son
demasiados y contienen, por ejemplo, cubre-teteras de ganchillo, fotografías de
purasangres, cornamentas de ciervos y tubérculos de plantas para los jardines
reales. En el cajoncito de Biafra no había nada parecido, sólo el cadáver de un
niño muerto por una bomba de avión, del cual la madre se había separado para
colocárselo a la reina de Inglaterra debajo del árbol, feliz navidad y tú
tienes la culpa. Yo me pregunto qué es lo que va a ocurrir con ese cadáver de
niño, si le darán sepultura en la abadía de Westminster, lo que no estaría mal,
aunque hipócrita, los pares con sus coronas, el arzobispo de Canterbury con sus
ornamentos. Los niños de la corte colocando sus ramilletes sobre el ataúd del
bebé, más tarde una lápida sepulcral, una luminaria, tal vez, cerca del rincón
de los poetas, el niño de Biafra, l’enfant
inconnu. Pero también es posible que el cajoncito haya sido reenviado hace
tiempo, no faltaba más, que cada cual venga a colgarle a la reina algo,
mandarle un hedor a casa y qué diablos de culpa tiene la reina.
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PAPEL EN BLANCO
DESDE hace algún tiempo encuentro las hojas que
escribí el día anterior, por la mañana, al sentarme a trabajar, en blanco.
Aunque pongo mi mayor voluntad en ello, no logro recordar lo que había llevado
al papel. Las pocas palabras que han quedado no las puedo descifrar, a menudo
empleo mañanas enteras en adivinarlas, y lo que interpreto no tiene sentido.
Además también ocurre que precisamente esas disparatadas palabras me conducen a
una nueva pista que sigo con celo. Mi nariz de perro olfatea y socava, vuelve a
tener algo que puedo sacar a la luz del día. Al atardecer hay dos o tres
páginas llenas que releo con alegría. Por la mañana volverá a ser como antes,
todo descolorido y desaparecido, solamente unas cuantas palabras, delgadas como
hilos, han quedado, indostánicas, swahili, un idioma soñado, y si yo no supiera
aprovecharlo todo, qué mal andaría.
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DEJADNOS EN PAZ
ESO lo hemos vivido, las primeras piedras de
construcción que iban de mano en mano, la pared que ya no estaba, luego volvió
a estar allí, derecha. O el primer cristal grande en el que se reflejaban las
nubes, un milagro, y el primer entramado del tejado nuevo en el panorama de
ruinas, allí se iba por la tarde, una vez, dos veces, tres veces, a
contemplarlo, los travesaños, la fresca madera rojiza. Indescriptible ese nudo
de esperanza en la garganta, esa satisfacción en el vientre vacío. Ahora se
arrancan las primeras piedras de los muros o del empedrado, se usan como
proyectiles, ahora las primeras vidrieras se hacen añicos, el primer edificio
arde. Una generación no puede comunicar a generaciones posteriores más que
datos, las fotografías viejas de nuestras ciudades destruidas ninguna persona
joven quiere ya verlas. Dejadnos en paz con vuestros sucios recuerdos, con
vuestra sentimentalidad. Del cuerpo, en el cuerpo, sólo el propio cuerpo
acumula lo que ha sido, pese a toda la renovación de células.
Marie
Luise Kaschnitz
Aún no
está decidido
Traducción
de Hans Leopold Davi
Editorial
Pre-Textos
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