Me he
cosido los ojos.
Ahora
hay un pespunte entre mis párpados.
He
aprendido que es exactamente así como se inventan los límites.
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Todo
lo que decías sonaba a incendio,
Aunque
tragaras el barro a puñados,
todo
sabía a incendio.
Y
para qué huir
si
los bosques chamuscados,
si
el rastro ciego de la ceniza,
si
todo es hoguera,
si
todo incendio.
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Se
me agarran los días
desde
el primer ámbar:
el
océano es una cárcel.
Aún
estoy en la orilla
y
ya temo la tempestad.
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La
camisa vieja de la serpiente.
La
medusa a la deriva.
La
apoptosis.
Petits
morts,
petits
morts
que
acuno para mis pechos.
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Volver
al arañazo —
recordar
la zarpa —
invocar
al animal —
la uña
afilada que divide la piel en dos —
llamar
a la bestia por su nombre—
llamar
a la bestia por su nombre
y no
tener nada más que hacer en todo el día —
invocarlo
en sueños —
llamarlo
al despertar y esconderte
o
dejarle golosinas en su puerta
y luego
robar la piedra para el ojo —
robar
el agua al océano —
porque
el animal te huele la herida
y la
reconoce suya
y lo
vuelve a hacer —
invocar
al animal —
recordar
la zarpa —
volver
al arañazo —
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Beber
en los charcos.
Conformarnos
con los
espejos
mínimos
y volátiles.
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La
cabeza en la almohada
y
vomitar demonios.
Carmen
Ramos
Las realidades
efímeras
Maclein
y Parker
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