UN GIN TONIC EN
MIRAMAR
CON LA SEÑORA ATWOOD
Es hora, otra vez, de trabajar en el jardín:
hora de la poesía, de los brazos
hasta los codos en lo que queda
de diluvio; con las manos en la tierra, tanteando
entre las raicillas,
los bulbos,
las canicas abandonadas,
los hocicos
ciegos de los gusanos, los excrementos de gato, los
restos que un día
serán tus huesos, cualquier cosa que esté enterrada
allí a presión,
un tenue destello en la oscuridad.
MARGARET ATWOOD
Pasamos
la tarde en el jardín,
sentadas
en los sillones de mimbre blanco,
al
abrigo del jazmín y de los kiwis
observando
la coreografía de la adelfa en la brisa.
Ahí están
la azada, el rastrillo, las cuchillas,
herramientas
que todo poeta necesita.
En la
alberca, las ranas liberan sus sílabas
monótonas
como la temperatura de la muerte.
Cuántos
muertos aquí entre la hierba,
a punto
de despertar con el próximo lamento.
Los
mirlos vuelan del acabo a la palmera.
Esquivan
mi pregunta: ¿sobre qué escribir?
Dispongo
las opciones sobre la mesa
igual
que entremeses para un aperitivo.
¿Sobre
el carácter que esboza la memoria fragmentada?
¿Sobre
los récords que tuvo que batir nuestra genealogía?
¿Sobre
los signos que el ojo extrae de donde se posa?
¿Sobre
el sello que cada cual usa para franquear violencias?
¿Sobre
el desamor y el duelo y sobre la muerte y el duelo
y sobre
el pesar y el duelo y sobre el duelo el duelo el duelo?
¿Sobre el
enigma de la poesía, su norte, su catadura?
Los
copos de nieve no saben que son agua.
¿Qué es
la ceniza?
Polvo
incapaz de recordar lo que fue un día.
¡Chsss…!,
detiene Margaret la deriva de mis aforismos,
apretándome
la mano con su mano arrugada.
Sirve
ya otro par de copas, my dearest.
Hagas
lo que hagas, realmente no importa.
Para Maite Serna
Miren
Agur Meabe
Cómo
guardar ceniza en el pecho
Traducción
de la autora
Bartleby
Editores
No hay comentarios:
Publicar un comentario