martes, 9 de julio de 2024

UN POEMA DE ESPECIE DE PILAR FRAILE

 





que con qué golpe


como sacos de pan apiladas las manos

cráneos como pedazos

desmontar () de la cadena

riel de la cadena


pum para muerte

pum para mano

que de qué

confinadas prendido palmo a palmo

que con qué

oro



(desvencijado oro molido)



con que quién



por el hilo contra el hilo mastica la piedra o

ya romper no podía su angina mano blanca



desde el hilo pieza a pieza

cercos que se hicieron en la espina

torcido el mineral



o eran voces llegando hasta los cuerpos



nudo que médula no muerde

(nudo que médula

bacteria que metralla)



enterrados en la nieve esos cuerpos dijo

los que siguen saliendo


el reguero del perro alumbrando el camino

pórtico del hambre



que comieron tal pan aquellos hombres

que fueron su mano sobre las amapolas


―――――――――――


Con apenas ocho años, mi madre recorría en un carro las fincas cercanas al municipio de Aldahuela de Bóveda, en el Campo Charro salamantino, para repartir el pan que se cocía en la panadería de mis abuelos. En no pocas ocasiones, de madrugada, se topó con cuerpos inertes ajusticiados en las cunetas. Corrían los años cuarenta del siglo pasado.

Mi madre, que era lo más alejado de una persona apesadumbrada que uno pueda imaginarse, me contó esta historia varias veces a lo largo de mi infancia.

Años después, leyendo El Holocausto español de Paul Preston, que empieza con una matanza de campesinos a manos de un terrateniente en la zona del pueblo de mis padres, tuve una conmoción. En las casi mil páginas del libro de Preston se relatan más atrocidades de las que un ser humano es capaz de asimilar en una vida.

Nada, sin embargo, comparado con el sentir el cuerpo de mi madre enfrentado al espanto cada mañana.

Cada uno de los hombres que encontró en aquellas cunetas vivió con ella, cada uno de ellos vive conmigo.

En la aceptación de estos cuerpos que viven en nosotros está nuestra paz.

Ni una sola vez mi madre lloró ni mostró rabia al contarme lo que había presenciado, sus ojos castaños, risueños, solo decían: “esto fue, hija, esto es”.




Pilar Fraile

Especie


Bartleby Editores


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