LA MEMORIA es un sitio peligroso.
Y pensar es muy desordenado.
Porque de repente
tienes apenas tres años y estás
en una inmensa sala de cine
de grandes butacas rojas.
Los pies no te llegan al final del asiento,
estás viendo los calcetines blancos
asomar por entre los zapatitos de botón
que hace poco fuiste a comprar
con tu madre.
Llevas un vestido rojo de cuadros
―o quizá no, pero sí―,
te retuerces en el butacón
haciendo frente a todos los nervios
de tu primera vez delante de la gran pantalla.
El telón de terciopelo que la cubre
podría envolver todo un rascacielos
―debe pesar un disparate―.
Tu padre te explica que esa sala
ha cambiado mucho, que él iba
a ver películas de indios y vaqueros,
que tu madre se colaba porque tu abuela
limpiaba allí, que el telón está viejo y mal
conservado, que la gente lo hace todo
polvo.
Pero a ti no te importa, tú no lo ves
―todavía no lo ves―,
y el asombro no deja que la boca
se te cierre, y te estira de las comisuras
de los labios, y te abre más y más los ojos,
y por fin apagan las luces.
El rey león dura en pantalla
quince minutos, después empieza
a atrancarse, lo siguen suspiros
desde la oscuridad iluminada por un
fotograma estático.
Tienen que encender los focos
para iluminar al acomodador,
que ha salido a pedir disculpas:
“La máquina se ha estropeado, pero
no se preocupen, canjearemos sus entradas
para el pase de la próxima semana”.
Así que esto es la desilusión,
pero tú no lo sabes
―todavía no lo sabes―,
porque volverás la semana que viene,
aunque la cara de tu padre diga otra cosa.
De pronto ha pasado el tiempo,
no una semana, ni dos,
aunque la memoria te diga
que de aquello no hace tanto, y te recuerde
que nunca hubo siguiente pase,
que el cine lo cerraron después
de esa función, o que lo demolieron
y no lo reabrieron hasta veinte años más tarde,
pero siendo ya otra cosa.
Qué curiosa la memoria.
Incapaz de traerte un recuerdo nítido
del día de ayer, pero totalmente capacitada
para poner delante de tus ojos un
fotograma estático de una película
que nunca pudiste acabar.
Me miro los pies: todavía llevo puestos
los zapatitos de botón con esos
calcetines blancos.
María Marín
Lo que se hunde
Ediciones Liliputienses
No hay comentarios:
Publicar un comentario