El día que Alejandra enfermó,
cada uno trabajaba en sus quehaceres.
Incluso ella.
Después volvieron a la rutina,
la zozobra aminoró
y con los dedos aprendieron a improvisar
nuevos códigos.
MORSE.
El día que volvió a casa
la aguardaba una ristra de películas
Terror Serie B
―porque en su idioma significa: estoy aquí―.
De aquellos meses:
los vómitos,
las ojeras,
el color de las pastillas,
los to be continued
hacían de una espiral un triunfo.
El pulgar sobre el papel trazaba viejos vocablos:
armagedón, plumier, ornitorrinco.
Los ojos se mantenían bien abiertos frente a las ráfagas,
y las manos bien cerradas, agarrando los morfemas
de la palabra familia.
Alrededor el mundo sigue sus tiempos.
Tras la baranda, tras el cristal, tras la cortina,
Alejandra vigila las flores de plástico del balcón vecino
y se dice que nunca más pasará.
No. Nunca. No. Puedo.
Repite: nunca más pasará.
Alejandra Vanessa
Poto y Cabengo
Valparaíso Ediciones
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