II
Hablo de flores y de frutos. Pienso también en los nombres.
Nada son aunque tengan su origen en príncipes transparente o
en pontífices partidarios de la tortura y del incienso.
Tú,
por ejemplo, estás en ti accidentalmente; accidentalmente con-
fundes el amor y la ira, accidentalmente sostienes brasas en tus
manos y aún, por azar,
tienes un nombre.
En cuanto a mí,
es idéntica, si es, la circunstancia: me sorprendo de estar vivo y
de saberlo. Advierto, sin embargo, que tú estás vivo, ahí, mirán-
dome, y esto sí lo comprendo. ¿Te das cuenta
qué inclemente, qué dura asimetría?
Y esta es la única y la mayor evidencia. De lo demás, nada se
sabe. De ser o no ser, nada se sabe. ¿Para qué tanto acróstico?
Recuérdame si quieres, pero olvida, te lo ruego, mi nombre. Me
fatiga este torpe
ornamento
jurídico.
No obstante,
me doy cuenta: deudas, epitafios, testamentos. Pero ¿qué
es morir jurídicamente, aparte
de una universal tontería?
Ya es difícil vivir. Sería excesivo
que fuese también difícil
morir. ¿No basta
un error?
Sin embargo,
yo estoy empezando a comprender cuanto no necesita ser con-
prendido. Al parecer,
vivir es apenas una semejanza y un día,
sin pensamiento ni deseo,
vamos a comprenderlo, al parecer.
Será una comprensión inservible y veloz, simultánea
con la última luz. Olvida,
por favor,
mi nombre.
Antonio Gamoneda
Esta luz
Poesía reunida
Volumen 2 (1995, 2005-2019)
Galaxia Gutenberg
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