Caerse por el acantilado,
el hombre se cayó,
se lanzó a la vista de todos,
estrelló su cuerpo allí
donde la policía buscaba
a la joven desaparecida.
Todo fue casualidad.
Al cabo el mar,
devolvió la ropa por un lado
y los cadáveres desnudos por otro.
¿No deberían ser así
todas las bodas?
Ropa y cadáveres
cada uno por su lado.
Que nos desnude el mar,
debemos rezar
para que así ocurra.
Angélica Liddell
Los barcos hundidos que te visitan
La uÑa RoTa Ediciones
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