lunes, 5 de agosto de 2024

EL SUEÑO DE MARIGOLD EN MARIGOLD Y ROSE. UNA FICCIÓN DE LOUISE GLÜCK

 





EL SUEÑO DE MARIGOLD



Marigold estaba soñando el sueño que soñaba. Era hija única; a Rose no se le veía por ningún lado. Quizás había decidido no nacer. Hermosa Rose, adorable Rose. Porque si hubiera nacido sin duda habría pertenecido a alguien, seguramente a Madre y Padre. Era la clase de bebé que la gente se apresuraría a reclamar para luego correr a casa antes de que el resto de los padres pudiera darse cuenta.


Marigold no era esa clase de bebé. Marigold era difícil. Bueno, la vida era difícil, pensó.


La vida era difícil: por fin una averiguaba cómo subir las escaleras. Inimaginablemente altas, aquellas escaleras. Cada escalón le llegaba a la cintura. Se apoyaba con los dos brazos sobre lo alto del escalón, y luego con gran esfuerzo se impulsaba con las manos y las rodillas. Y luego una tenía que ponerse de pie y repetirlo todo otra vez. Aprendí, pensó Marigold, y luego me caí. Rose me estaba mirando desde arriba.


Pero no aparecía en el sueño. La luz del sol aparecía en el sueño. Y esa sensación de triunfo que cuando estaba despierta la eludía. Entonces, ¿por qué sabía cómo sentirla en su sueño? Y era capaz de hablar: eso lo recordaba.


Mientras tanto el sueño, que tendría que haber continuado placenteramente, empezaba a estar teñido de amargura y miedo. Algo debía haberle hecho a Rose para que no existiera. Y era verdad: le había pegado; una vez casi le metió el dedo en el ojo. Rose a menudo pegaba a Marigold y le metía los dedos dondequiera que pudiera. Pero que Rose tuviera esa clase de sueños era imposible.


Siempre que Marigold miraba, allí seguía ella, dormida profundamente en su cuna, a menudo sonriendo en sueños. Debo haber heredado algo de culpa judía, pensó Marigold. La había heredado de Padre. Padre tenía la cuota completa de culpa judía pese a que solamente era medio judío. Al menos eso decía.


Después llegó la mañana. En general, a Marigold las mañanas la ponían contenta. Rose estaba haciendo un montón de ruido. Todo el ruido, en realidad; Marigold sonrió a Madre cuando Madre llegó. Y luego se comió la papilla usando una cuchara. Incluso sostuvo la cuchara como una persona de verdad y no como un bebé.


Madre y Padre creían que Marigold envidiaba a Rose. (Pobrecita Rose, pensaba Madre. Pobrecita Marigold, pensaba Padre). Pero Rose idolatraba a su hermana. Las personas adoran a sus mascotas, pero Rose tenía a Marigold.


Y si bien era cierto que había un dejo de condescendencia en ese sentimiento, posiblemente lástima, también era cierto que por debajo había un profundo respeto, una admiración hacia un ser que en cierta manera percibía como superior. Como mínimo, menos disperso (dado que los seres sociales son dispersos).


Como si el adorable cachorro se hubiera convertido en el animal de servicio, o incluso en el perro lazarillo, de quien su vida dependía. Había en Rose, a pesar de su evidente belleza y gran encanto, una profunda veta de humildad, nacida, sintió más adelante, del amor por su hermana, una reverencia ligeramente salpicada de temor, como si Marigold fuera una especie de profeta o figura sagrada.


Rose veía cómo Marigold soñaba su sueño. Se había destapado del todo. Y Rose sintió un punzante deseo de volver a poner en su sitio las mantas y acariciar el pelo húmedo de su hermana, pero por supuesto esto era imposible, debido a los barrotes de la cuna.




Louise Glück

Marigold y Rose. Una ficción


Traducción de Andrés Catalán


Visor


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