Almenas con leche
No hay
palabra más terrible para un niño que “siempre”. Cuando un castigo va
acompañando del “para siempre”, los niños lloran como si la mayor pena del
mundo circulara desde su corazón hasta su garganta empeorando su caligrafía. Al
crecer descubren que “siempre” es relativo (personas que creí muertas se han
chocado conmigo en una frutería para preguntarme el precio de las setas).
Después comprenden que no existe, que lo que de verdad existe es el jamás. Un
avión vuela sobre mi hombro y balbuceo un atardecer eléctrico a sus pasajeros.
Quiero vivir en un castillo hinchable; desayunar almenas; desinflarme al mismo
tiempo que lo que rodea. Soy una niña desde siempre. En los últimos días he
dormido en ciento veintidós camas. O por lo menos en una.
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¿Destripo o?
Hay
cosas que se rompen por no usarlas: una tetera japonesa, el barro, los
suspiros. He estado leyéndote a una hora en la que no hay nadie en una calle
por la que no pasa nadie rodeada de grafitis que no hizo nadie. Tres páginas me
quedan por leer y dosifico los renglones. No quiero terminar el libro todavía.
Cambio el horario de lectura. Sé cuál es el final, no es ése el problema. Lo
que me preocupa es dejar de leer, salir de ahí, quitarme la escafandra dentro
del agua.
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Abejarada
Soy la
abeja para la abeja. Yo soy la intrusa en su espacio, que es a rayas, que es un
vuelo, que es el polen. Cojo mis cosas para irme sin molestarla. No quiero
morir por una causa textil. No es miedo, es cuidado y amapolas. No hay forma de
amanecer así, no hay Madrid. Cojo mis cosas para no morirme. He visto un futuro
a propósito para ser cambiado.
Elena
Román
Amapolamen
Edita:
Gato Encerrado
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