Vitrales y ánforas
Que la casa esté sin terminar te encanta. Hay huecos donde esconderse. Y
sombras ambarinas como medusas cristalizadas. Dos ánforas ocultan en su centro
de alabastro una luz extraña que revela sus terminaciones nerviosas como venas
de lava. A veces, algún paseante intrigado toca timbre y pregunta qué es ese
lugar. El vitral es un incendio, una pecera. Parece una casa para el amor, un
pub. No una respetable.
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Acequias no son exequias
Esconderse en ese lugar oscuro fuera de circulación. Olisquear el sudor
hueco que baja de la montaña. Arteria seca que recorre el cuerpo de la ciudad
desde abajo. Has sido advertida: ahí no. En un segundo se inunda. Introducir un
pie, el otro, la cabeza. Un parto al revés. Respirar la muerte, contar hasta
cien y que no venga.
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Bicicleta para tres
Los reyes magos también son exiliados, nadie cree en ellos. Traen poca
cosa. Una bici para todas. Salís a pedalear cuando te toca, aprendiendo sin
querer historia del arte. Las calles tienen nombre de pintor. Velázquez corta a
Sorolla.
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Parte de pago
Invierno y, sin embargo, asfixia por el parquet caliente del nuevo
departamento. La casa fue vendida. Extranjería sin abandonar la ciudad. La
frase del padre antes del exilio: dejemos las toallas en el toallero. La
selección de lo que viaja, el apuro. Alegría mal disimulada de la madre, que
regresa a su tierra.
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Poemas en la Olivetti
Hay una mesa con tapa de vidrio y patas arrogantes. Sobre ella, la
máquina de tu padre parece una boca abierta de dientes metálicos. Cada diente
mastica una palabra mientras en vos, la criatura nueva sueña que el mundo es
líquido. Teclea la locura de dar tu cuerpo, provoca imágenes que antes morían
sin encontrar su forma. El dictado se produce a cualquier hora, tenés que
correr y sentarte frente a la boca oscura de tu padre. Las patas de la mesa
vibran, ligeramente.
Fernanda
García Lao
Autobiografía
con objetos
Kriller71ediciones
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