Wolfgang Pauli enunció, en 1925, el principio de exclusión, regla de la mecánica cuántica según la cual no puede haber dos fermiones con sus números cuánticos idénticos.
En el poema se alude también a la famosa «observación» empleada por los físicos de la interpretación de Copenhague (1927), formulada por Niels Bohr y apuntalada por Werner Heisenberg con su principio de incertidumbre. Éste sostiene la imposibilidad de conocer una partícula ―combinación de posición y velocidad―, pues la observación colapsa su función de onda, lo que comporta que la observación crea lo observado.
Una referencia a la letra griega ѱ (psi), que aparece en la ecuación de Schrödinger, es otro guiño a tan célebre disputa entre el austriaco y Einstein y los de Copenhague.
Pauli, por otra parte, estudió apasionadamente a Kepler y en sus Escritos sobre física y filosofía, citando a Proclo, afirma: «El razonamiento matemático es “innato en el alma humana”».
PRINCIPIO DE EXCLUSIÓN
Wolfgang Pauli.
El cuervo que a sí mismo
se quitó los ojos
no quería ver la asimetría
de aquellos números,
temía la desigualdad invencible,
ese ordenamiento inverso
que comporta
la impenetrabilidad
de la materia.
Vano es, pues, el intento de los míos
si no puedo incorporarte.
¿Quién mira, al fin?
¿Quién modifica el movimiento?
¿Quién expresa lo que queda dicho?
Derrotada la razón
por el poema
que nadie sabe cómo se escribió,
una vez más
planea en el aire
la sombre de la letra griega.
Pero si Odiseo, el que no se detenía,
se hizo llamar «nadie»…
Clara Janés
De esferas y trayectos
Olé libros
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