ESPALDAS
como pan recién horneado.
El
hombre sube la cuesta.
Barro
en los pulmones de la tarde.
El
hombre se aleja
y
deja un rastro de cansancio sagrado.
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TODO
se agranda y se hace mínimo a la vez:
un
catalejo de silencio
para
atrapar pájaros nómadas.
Me
miras con solemnidad de acuario:
un
rey que empuña un cepillo de dientes.
Existen
zaguanes como abretesésamos
donde
la piedra se muestra hospitalaria.
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LLOVÍA
sin delicadeza.
El
cielo parecía torturado
y
había un olor a coágulo de nube.
La
calle se convirtió en río
y un
líquido color cuero
me
besaba con fiereza los tobillos.
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Déjame que te cuente
OCURRE
la vida como ocurren los azares,
como
ocurren las nubes y los anticiclones.
Déjame
que te cuente que existen
países
lejanos, más allá de los cuentos,
dónde
la piedra tiene serpientes
y el
aire es denso.
Déjame
que te cuente
historias
de la gente que vive en lo alto,
historia
emparentadas con la razón y el deseo.
Déjame
que te cuente
cómo
fue el primer tacto,
el
sismo de marfil,
cómo
se dilataban los tendones de la tarde
y la
música era húmeda
y la
lluvia, que era muy bella, bailaba.
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Los zapatos de Vallejo
UN
charco de luna en el izquierdo,
una
cuchara de agua en el derecho,
y
huellas tremendas
como
tumbas de dioses antiguos,
calientes
como abecedarios
recién
aprendidos.
Zapatos
con la sonrisa de un niño
recién
estrenado:
tristeza
de charol.
Dos
zapatos que huyen sin moverse de sitio.
Zapatos
de sonrisa transeúnte,
útiles
para recorrer sólo algunos lugares
y ver
lo tobillos de las auroras.
Dos
zapatos que echan raíces en el cielo
que
pasan página
cuando
cruzan una frontera
y
arrastran en las suelas una infinita nostalgia
recién
remendada.
Gontzal
Díez
Zaguán
del cielo
Zurgai
Edición
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