11
He quemado el pan en una llama
y un pájaro se ha posado sobre mi lecho,
miga negra,
excavación brutal en mi tálamo, cuerpo.
Útero, huerto sepultado.
Concavidad donde los erizos ruedan.
13
Un esqueleto de pajarito serviría
para apuntalar mi debilidad.
¿Matarías un petirrojo para mí?
15
De mi propia carne me alimento,
vagando por asoladas heredades.
Ojalá pudiera deshacer tantas señales.
Aún sin manos te extenderé en el cielo.
17
Vienes a herir las venas de las flores
sobre el pasto quemado de mi fracaso.
Otra vez se apaga la luz a mediodía,
justo ahora, en mitad del ángelus,
y no vemos el rabo verde de aquello,
ni tus jeringuillas, ni tu glaciación.
11
Yaces boca abajo sobre el invierno.
En las ventanas se reflejan las llamas
de unas velas que no existen.
Se ha terminado la sal.
15
He llegado antes a la muerte por escrito,
he llegado antes que muriendo.
También puedo decir que he matado,
y he golpeado cabezas para escuchar la verdad.
Desollada y deshuesada canto
como un grito nacido de un pantano,
apretando el cuchillo contra la ingle y la
vergüenza.
Los monos llevarán sobre sus hombros
el peso incalculable de un ataúd vacío.
19
El cuerpo insiste en su destrucción
mientras el pan crece cada mañana.
No debí haber mirado si ya soy ciega,
la que nunca
estuvo de parto.
29
No soy vieja, soy milenaria.
Si supieras lo niña que soy todavía.
Prorrogada después del incesto
cuando todo estaba blanco.
La trama avanza sin tu permiso.
41
Ahora tengo tanto miedo, tanto miedo,
a que mi mente un día no sepa regresar.
Pues he destruido todo cuanto he creado,
aquello que me servía de estrella y señal.
Se puede existir incluso sin merecerlo.
43
La compasión llegará fría.
Me cerrará los ojos
la mano húmeda de nadie.
Un día fui inocente.
Angélica
Liddell
Una
costilla sobre la mesa
Ediciones
La Uña Rota
No hay comentarios:
Publicar un comentario