Un
pájaro amarillo y gris me mira,
diminuto,
parado sobre un ruejo,
el
tiempo, y desde la cabina del tractor
—toda
la puta tarde quitando piedras—
lo
envidio. Es la imagen de quien jamás
seré,
donde no cabe la conciencia,
la muerte
repentina. Y sin embargo,
desde
su inapelable albedrío a salvo
del
recuerdo, unos ojos naciendo súbitamente
en
otros —muchas horas cargando solo
el
remolque— o quizás buscándose
a sí
mismos me acaban de decir
lo que
sostiene mi trabajo, más allá
de su
absurda mecánica. Ahora todo
es
inminencia aunque fuera
un
instante —voló y mi mirada
no lo
encuentra—, aunque sólo fuera
un
amago de diálogo imposible.
No
conoceré otra manera
de
apuntalar los días
—CABRIO—
Todo
poema acota un espacio
y lo
funda, baliza un territorio. Aquí
la
altura es páramo
y
remanso —los hombres callan— pero
el agua
baja de los montes y su voz
desnudándose
al aire me traspasa. Muchos
aquí se
van y pocos
vuelven,
los que se quedan vagan
como
espectros rulfianos pero
su
corazón sin catastrar ignora
la
prisa y los registros. Aquí
los
frutos son de otoño y cuando
llegan,
porque las casas dan
al
invierno y la flor se desploma
en
ruina al pasmo de las noches
en
pueblos sin escuela ni tabernas. Pero
todavía
en algunos
es
virtud la templanza y no se pierde
el
hombre por el lucro o la apariencia. Estos
son los
dominios del silencio. El tiempo
aquí se
para. Y me traduce.
—MOJONERA—
Los
girasoles son contorsionistas
a piñón
fijo, su mirada preludia
la
salida del sol y en él se embeben.
Son
extraños aquí, parece
que
sintieron pudor de su origen,
trasplantada
su mala conciencia desde
las
subvenciones de Bruselas. Suelen,
por
eso, frecuentar testarales, redimirse
pedregosos
de cerro en cerro. Aun con
todo,
cautiva su belleza —porque además
no
requieren abono y apenas necesitan
agua
para criarse, les bastan
unos
pocos chaspazos de tiempo—. Pero
es
efímero su fulgor amarillo,
doblados
bajo el peso del aceite
agachan
pronto la cabeza, ennegrecen
hasta
fundirse en el terreno. También
en esto
son como nosotros. Si hay agua a mano,
en su
vejez de octubre los aturden bandadas
de
pardales atiborrándose de pipas. Su simiente
es
tenaz, más baldía; resisten en invierno
el
gradeo y la sementera, pero, al crecer, les va
robando
el cereal la mirada nutricia
del
sol. También en esto nos delatan.
—DE LO EXTRAÑO Y LO PROPIO—
Fermín
Herrero
Tierras
altas
Hiperión
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