El
poema de Wordsworth “oda a la inmortalidad” comienza con pequeños corderos
brincando. Adrienne Rich se hace eco de “estudio trascendental” con cervatillos
de corren. Sus ciervos mordisquean manzanas en el aire…
“…tan encapsuladas
por
fruta ya amarillenta
que
parecen eternas, hesperias…”
…pero
Rich termina alejándose de la eternidad, de la inmortalidad. En la estrofa
final, una mujer se sienta a la mesa de la cocina y extiende retales y objetos
naturales como madejas de asclepias.
“la
espiral del nido de avispas papeleras enroscada
al lado
de la pluma amarilla del jilguero.
Semejante
composición no tiene nada que ver con la eternidad,
el afán
de grandeza, la brillantez:
solo
con las cavilaciones de una mente
al unísono
con su cuerpo, dedos experimentados que empujan
oscuro
contra brillante, seda contra tosquedad,
que
aúnan los principios de una vida
no con
mera voluntad de virtuosismo..
Rich no
habla de trascender este mundo… sino de transformarlo. Aquí y ahora.
¿Y qué
esperanza hay de cambiar el mundo si somos incapaces de cambiar nuestro yo
patético?
El
poema, como la sabiduría, revela algo muy simple que siempre ha estado ahí: no
somos el centro de todo.
Alison
Bechdel
El
secreto de la fuerza sobrehumana
Traducción: Rocío De la
Maya Retamar
Reservoir books
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