FARMACIAS
El mundo —los despertares, la fibra
óptica, las grandes consultoras— nos enferma. Por eso acudimos a las puertas de
la farmacia, para comulgar con sus ríos de hierro y sombra.
Le pedimos Fluoxetina 40 mg. a la bella
farmacéutica que se decolora el pelo usando agua oxigenada. Nos entrega la
sagrada forma. Así, drogadas y lánguidas, danzamos delante de nuestros jefes, a
los que vemos desnudos e irritables (acaban de leer la historia de Polifemo y
se tocan mucho los párpados).
Nuestras creencias se espesan como el
colágeno. El ventilador tiene patas de gallo. ¿Quién será el vecino que se
afeita al amanecer?
Rompe esta tela de algodón e introduce
los dedos por la abertura. ¿No ves la cámara mortuoria?
El mundo —te lo repito— nos enferma.
Saca el balde a la calle y hojea el Diagnostic and Statistical Manual of
Mental Disordiers (5th Edition). Ahora lo sabes: los esquizoides afinan las
campanas; los agorafóbicos estudian arquitectura en las láminas de Giorgio de
Chirico; las anoréxicas trabajan de reponedoras; las bulímicas curten las
pieles; los afásicos maquillan a los actores del kabuki.
Por la carretera de Sintra, las
amapolas han pintado de rojo los arcenes. ¿Te sirvo otra ginebra?
Aquella muchacha que sorbió ácido sin
darse cuenta, ¿la conoces? No iremos solas a la fiesta de fin de curso, Iremos
todas juntas, nosotras, las vírgenes de la farmacia, venéreas, enlutadas y
roncas.
José
Antonio Llera
El
hombre al que le zumban los oídos
Ril
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