Sentado al borde del sueño
vio los peces inmóviles
y escuchó su mudez secreta.
Eran los peces del asombro
en el blanco definitivo
donde el dolor dejó su huella.
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Cuando la luz iluminó el lecho de miseria te alejaste
por las orillas del sueño. Te alejaste mirando el
mundo hasta convertirlo en llanto.
Y supe entonces que tú eras
en la alcoba de la luz perdida
el ángel muerto de la infancia.
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Y vi la luz
creciendo como un árbol
o una mano de sombra,
tocando
levemente la otra orilla,
rozando tercamente
su cristal dormido.
Y era como asomarse
al misterio remoto de la vida:
un vaho de palabras
que insiste, una huella que late,
el cerco de un corazón
sobre ese nombre
que mañana jugando
borrarán los niños.
Beñat Arginzoniz
Oscuro animal celeste
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