LO QUE VI a través del ventanal;
el muñeco de nieve derritiéndose
como si soportara el peso de millones de cosas.
Me sentí culpable de lo que equivaldría a su muerte.
Entré en la cocina y encontré una jarra de agua sucia,
busqué un vaso, lo hallé al subir al trineo
en donde ella manipulaba un bibilot;
si lo agitaba, los pájaros muertos que flotaban en el lago
regresaban al cielo en estampida.
Lamenté no haber insistido para que me llevara con ella.
Antes de irse me dijo:
«hay colocarlos bien, si no el viento los tira al suelo»
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TE CAES DE un caballo que cierra los ojos
y lo siguiente que sé
es que tu cuerpo descansa denudo
sobre un piano de cola
junto a un búcaro de flores recién cortadas.
¿No sería más fácil extender los brazos
antes de guardar la bicicleta
en el hueco de la escalera?
Sonaría una música distinta.
Al aproximarme a la mesilla de noche
(donde la luz es aún más tenue)
me doy cuenta de que el caballo respira con alivio.
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OTRO PAISAJE ES este;
latentes árboles
hombre-sueño, mariposa en reposo
disfraces de todas las muertes.
Seda cruda sobre los codiciosos escalofríos.
Vicente Gutiérrez Escudero
La mujer abolida
El Desvelo ediciones
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