CIUDAD SUMERGIDA
Me bajo del caballo con un salto
y levanto de un golpe mi visera.
No hay nadie en esta orilla soledad del lago.
Desnudo el edificio de mi cuerpo
con los ojos clavados en las aguas.
Hombreras, guardabrazos, peto, gola,
yelmo, espaldar, manoplas y escarpines
ponen límite al miedo.
Mi destino me espera en la ciudad
esculpida en el lecho submarino,
sin murallas que cercen sus palacios,
Allí lo aposentos son de jade
y las tierras ofrecen ricos frutos.
Los animales danzan sin peligro
bajo copas de luz o árboles viejos.
Lo que ningún juglar narra en la noche,
la canción que se hunde en sus gargantas,
la conocemos pocos, casi nadie;
en la torre vigilan que ninguno
la entone en los caminos o en las plazas.
Pero yo la escuché con pocos años
oculta en la alacena, entre los panes,
los labios de un hombre de voz ronca
que cortaba lamentos con un laúd.
¿Qué decía la letra que aún retumba
como pulso de pájaro en mis venas?
Que en la ciudad oculta, sumergida,
el viento no derriba la esperanza,
ni hay gente que te imponga sus razones.
Allí puedes ser tú en libertad,
y macerar tus sueños hasta el logro.
Ariadna G. García
Ciudad sumergida
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