La
melancolía de los supermercados I
No puedo.
Llega
hasta mí el olor de las verduras en los estantes.
Sé que
mi olfato no es bueno,
así que
lucho y me resisto.
Pero en
la vida hay cosas estrictamente necesarias:
la
comida y el amor, por ejemplo.
Vencida
la melancolía por el estómago, entro despacio al súper.
—Tengo que comer —suspiro.
Vagabundo
mi
cuerpo famélico pasea
roto
con las
bolsas resbalando mis manos
entre
manzanas, tristezas
y esta
boca que gotea hambre y soledad.
Siempre
me pasa igual,
siempre
ocurre que me arrastro
exhausta
cargando
este apetito que pesa toneladas.
Y no
puedo.
Sé que
no puedo.
Regreso
a casa
como un
camión de carga
anclado
en el camino.
Busco
las llaves.
Cierro
la puerta.
—Ya está. Ya ha pasado el mal trago.
Pienso
que sería mejor hacer la compra por internet.
Y me
uno al pragmatismo de mi época.
Mari
Nieves Pérez Cejas
La
melancolía de los supermercados
Ediciones
de Baile del Sol
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