miércoles, 11 de octubre de 2023

CUATRO POEMAS DE INMEDIACIONES DE FERMÍN HERRERO

 


 

 

Recuerdas las ciudades,

algunos cuerpos, lacios con el alba,

desiertas carreteras, frases sueltas

en medio de la noche y del espanto,

verdades como puños al calor del vértigo:

narcosis que anulaba los caminos. Telarañas

de fiebre hilvanan tu pasado a sangre

fría. No viaja la piedad en la memoria ni yugula

la tarde sin fronteras tu nostalgia.

En vano conquistarte nuevos cuerpos, nuevas residencias

de paso, falsedad a falsedad, palabras

obvias y direcciones neutras («admitimos cheques

o tarjetas»). Al cabo de los rostros y los días nada

edificaste, excepto sombras y distancias. Vadeabas

sonámbulo la piel, el río de los muertos, femeninas

orillas, sin parar jamás, gasolineras

al borde del hastío, cruces sin salida, volver

atrás, volver atrás… cuando el regreso es imposible.

Hipnosis de los páramos, recuerdas los trigales

en flor, raquíticos, despeinados al cierzo. Nadie

cosechará tus sentimientos, nadie. Primavera

en zanja, la tristeza de los olmos, luto

los grajos en sus ramas. Recuerdas

las llanuras, sudarios de niebla

en los barrancos, bosques al amanecer

ceniza de las horas tumba, un tedio de canciones

dedicadas. De tarde en tarde su sonrisa

y sin embargo no podías ya

retroceder, su boca estaba zurcida para ti…

y recuerdas el mar, llamándote.

 

 

―――――――――――

 

 

De fango son los huesos,

de coral las retinas. Dormidos

los pulmones, acaso asfixia. Branquias.

O branquias como esquifes un desmayo

de sed, un hilo del prodigio o sólo barro,

nada litoral del Caído.

 

Paraíso o infierno.

Estás en la otra orilla, definitivamente

en vela. Si extirparas la memoria

verías lo que nunca entendiste.

 

 

―――――――――――

 

 

Recuerdas cuando aún vivías, antes

de tu primera muerte. El tiempo elástico

jugaba en las praderas de la infancia, los hombres

en las eras trillaban la miseria

y el trigo. Cuando bien o recuerdas

en noches que los grillos orquestaron

la vida confiscaba los relojes. Más

allá de la conciencia y el dolor dormías

con estrellas, luciérnagas, en el fondo

del mar, a pleno día. No

existía el salario, ni el pecado. Después

vinieron el asfalto, los libros… Las palabras

perdieron la inocencia y el verbo se hizo

carne de mujer. A tu cuerpo se unieron otros

cuerpos, siempre hacia el fraude, siempre hacia

el olvido. Recuerdas en los parques, bajo la luz

cansada, inviernos con pereza.

Salías a las calles a perderte (o quizá para

amar entre paréntesis, íntimamente, el frío

de la helada en los versos

de Jaime Gil de Biedma). Eran

mañanas parsimonia, en los bancos

al sol resucitaban los mendigos, mientras

leías, en el nombre de tu pupitre

con falta, la lección sin horario de la vida.

Recuerdas cuando aún vivías, antes

de amontonar tus muertos, antes.

 

 

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Al sol desnudo. Barco

en playa virgen. Musgo y vientre

de los bosques nombrado

por las olas. La luz aquí no quema, congrega,

sacia el hambre, la sed mitiga. Bebe

las horas. Nunca zarpa.

Conjunción sin perfiles. Un silencio

salobre difumina siluetas,

contornos trenza, usurpa escollos. Unifica.

En el cerebro abierta

la espesura, a cercén, los sentidos

al pairo. Inmensidad. La noche

acecha. Mar en calma constelando clepsidras

y gavias. Todo pausa.

 

 

 

Fermín Herrero

Inmediaciones

 

Fundación Jorge Guillen – Universidad de Valladolid


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