En comunión
Al reivindicar hace algún tiempo, en forma pública,
la resistida mexicanidad de ese tocante escritor que fue el cripto-británico
D.H. Lawrence, aprovechó Octavio Paz para manifestar que coincidía con el autor
de Fénix y La Serpiente Emplumada en
que él también esperaba que la poesía comunión antes de comunicación.
Aunque debo confesar que yo mismo me inclino
–en este asunto al menos- por la opinión de Paz, no puedo dejar de reconocer
igualmente que (como en tantas otras cosas) lo importante no es lo que se
piensa sino lo que se hace con ello. De suficientes presupuestos brillantes
hemos visto nacer tantas obras mediocres o anodinas como para no reconocer que,
también y hasta muy especialmente en estos temas, la única evidencia posible
está en las obras, en los textos donde han de encarnarse a la vez, cuando se
logran como tales, verdad y belleza, sonido y sentido (en el aprecio de cuya
prolongada oscilación, como destino del poema, ya vimos que un esteta como Valéry
vino a ser inesperadamente ratificado, tiempo después, por un científico tan
agudo como el lingüista Noam Chomsky).
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Una lengua no es inerte
Siempre sospeché que toda generalización se vuelve
peligrosa, si es que no riesgosa. Pero fue uno de los más indelebles poetas
norteamericanos contemporáneos, Wallace Stevens, quien se animó a precisar con
felicidad alguna vez, en sus provechosos Adagia,
que «La poesía es la alegría –la dicha- del lenguaje». ¿Olvidaba acaso que el
mismísimo Dante, ¡y en su Comedia!,
había aludido a ella con toda claridad como «la gloria de la lengua» o, más
bien, acaso intentaba (quizás inconscientemente) una aproximación de aquella
límpida sentencia a los inciertos, agobiantes pero ojalá también preñados
tiempos de nuestros días?
La poesía, lo sabíamos, nunca encontrará
–por suerte- una definición cabal, exhaustiva. Pero también sabíamos, desde
Hegel, con Hegel, «que tiene por materia la palabra». Lo que implica en
absoluto afirmar que utiliza, meramente, al lenguaje como instrumento, y mucho
menos como materia inerte (una lengua realmente viva nunca será inerte) sobre
la cual operar como el escultor sobre el mármol o el pintor sobre el color que
extiende en una tela. El lenguaje humano es ineludiblemente ambiguo, y es
precisamente de esa tara que es su incapacidad casi congénita de comunicación
precisa, efectiva, de la ual me parece que hace la poesía su cantera.
Se vuelve imposible, entonces, enfrentarse a
un libro de poemas como a un catálogo o a un prospecto. «El poeta, cuando habla
de una cosa, es la cosa», recuerdo
que me dijo, hace mucho tiempo, en una de nuestras primeras entrevistas, el
inefable Juan L. Ortiz. Y lo que un lector puede recibir de algún poema, logro
del lenguaje, ser soberano y autónomo de lenguaje cuando se logra, no siempre
ocurre en la misma dirección que imaginó su autor.
Rodolfo
Alonso
Defensa
de la Poesía
Ediciones
El Gallo de Oro
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