VE
CON PIES DE PLOMO Y PODRÁS
CAMINAR SOBRE EL AGUA
-Tienes
que ser un gato.
Me lo
advirtió con palabras de Bukowski.
Sabía
que sólo así podría tomármelo en serio.
Dijo
que le gustaban los libros
porque
cuando dejabas de mirarlos
no
cambiaban de opinión, que había que mirar las cosas
como se
mira la página de un libro. Me lo puso fácil.
Así fue
como empecé a leer
entre
las líneas de su camiseta,
a
mirarlo como si su corazón vivera codificado
bajo
las líneas de su camiseta.
-¿Aclarado?
–preguntó él con dureza.
-Centrifugado
–contestó ella.
Darling,
otra vez se te ha olvidado poner suavizante, pensé.
A
partir de hoy rascarán nuestras sábanas
cuando
hablemos de amor.
Da
igual lo que se haya perdido,
estaríamos
aquí de todos modos
haciéndonos
quizá menos preguntas
o
preguntas distintas pero, aquí y ahora.
Si no
hubiera sido
por
aquellos extraños comportamientos
provocados
por el frío, él hubiera dicho (ahora):
-¿Terminamos?
Se
esfuerza en no entonar la voz.
Sin
duda se refiere al video del último viaje.
Árboles
amarillos, peces rojos, cielo gris.
De
espaldas parezco diez años más joven.
Al
llegar a la estatua del arquero nos separamos.
-Nada
es tan importante como para marcharse.
Hubiera
dado la mitad de mi vida
(ahora)
por oírte decir (entonces) esas palabras.
No me
dejo agarrar por la melancolía
o es mi
corazón de piedra
al
mando de todos mis movimientos.
O son
tus trajes hechos a medida.
O es la
luz de los domingos, poco calculadora.
No
contaba con esto. Mi idea de futuro
no
preveía iniciales en el bolsillo del pijama.
Te
coserá sus iniciales a la piel,
decía
aquella canción tan triste.
Debí
prestar más atención: shock.
-Lo sé
todo –dijo ella-
ahora
sé que me amas con palabras de niño gusano.
No creo
en el futuro, sin embargo
me
pruebo estos pantalones pensando en un posible viaje.
Te ha
crecido tanto el pelo
que no
tengo más remedio que creer en el futuro,
podrías
haber dicho y todo se habría solucionado.
No
hubiesen hecho falta iniciales, pantalones
ni casa
con gato.
Apagué
la telé, la estufa y la luz.
Mientras
oigo como se cepilla los dientes
espero
a oscuras en el sofá. Suena la cisterna.
Me
vuelve a tocar echar la llave
recoger
las toallas de las cuerdas
dejar
la cafetera lista para el desayuno.
En el dibujo
del azucarero había un poema (desconchón).
Lo rozó
con la yema del dedo
como
quien intenta salvar la vida
a un
insecto ahogado en una taza de leche.
-El
estómago se me cae a pedazos –dijo él.
-Se me
cae la casa encima. –dijo ella.
Si
quieres cómete las uñas, no pienso guisar para ti
le
hubiera respondido antes de servir las tostadas.
A esas
horas toda la ciudad
(y el
amor) azul en las baldosas del cuarto de baño.
Satie,
Barber y Tracy Chapman nos distraían del frío.
Primero
fue el mar. Después el viaje más cansado
más
largo, más oscuro.
Partir
no significaba darse por vencido.
-Somos
nudos de árbol destinados al fuego.
Nunca
supe cómo llamarte. Inventé más de cien nombres
a los
que ni siquiera respondías volviendo la cabeza.
Cuando
me hablaste de un viaje más allá de la tierra
más
allá del mismo mar
supe
que te llamabas como yo.
Tú no
sabías remar. Como yo iba desnuda
no pude
hacer una vela con mi vestido.
-Confío
en la lluvia.
La
lluvia no rinde culto a reyes ni dioses.
La
lluvia se espanta con los brazos
pero
nadie puede invocarla. Así era su presencia.
Alguien
me dijo que había vuelto a la ciudad
que
caminaba con los ojos fijos al suelo: ni siquiera él
hubiese
reconocido mis zapatos después de tanto tiempo.
En el
diccionario enciclopédico decía:
El
fantasma de una magnitud que ha dejado de existir.
Pensé:
No te vayas cada vez más cerca del cielo
que la
tristeza no sabe de pasos de cebra
ni de
manos en los bolsillos. Pero dije:
-La
entropía señala el curso del tiempo.
Y es
que con el tiempo aprendimos a estar conformes
a no
gritar palabras vacías, breves, absurdas.
A volar
en vertical, desordenados, confusos, dóciles.
Ella
pudo decir no.
-Todavía
no tengo tiempo para deseos
pero no
tengo deseos de verte.
Eso
pudo decir antes de colgar el teléfono.
Pero
dijo sí y bajó a la playa.
Así
supo (arena dentro)
mientras
se acercaba (arena bajo sus pies)
a un
hombre de espaldas (arena en los ojos)
que la
humedad y el miedo son una misma cosa.
Isabel
Bono
Pan
comido
Bartleby
Editores
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