Entra,
te estaba esperando.
Sí,
este es el río casi seco, con su roja,
áspera
y estéril agua estancada
donde
un día el barro te llegará a la cintura,
estos
son los asombrosos ciervos
que
vuelven cada primavera,
y aquel
el búho blanco que sobrevuela
la
vieja charca de Proserpina
en las
noches cálidas del verano,
esta es
la casa arruinada con forma de ballena
donde
no nacerás,
esta es
tu madre tendiendo la ropa
en el
corral de las chumberas de la Friseta,
esta es
tu tía Gertrudis, que te lleva, callejón arriba,
hasta
la nueva escuela que acaban de construir
detrás
de la casa de tus abuelos,
este es
el niño tonto de la calle San José
que te
parará para darte la mano
y preguntarte
cuándo te vas a la mili
y si
saldrás este año de nazareno con Padre Jesús,
este es
el tío Frasco regañándote
por el
poco cuidado que pones
en la
recogida de las ciruelas
en la
huerta de Giralda,
este es
el beso que será nombrado
como
color rojo herido
en un
poema que escribirás en 1984,
este es
Fernando enseñándote cómo funciona
la
lámpara de carburo antes de entrar
en la
cueva chica de Santiago en Cazalla de la Sierra,
este es
Bernardo
llevándote
hasta unas pozas de agua helada
cerca
de la Laguna Negra de Vinuesa,
estas
son las escaleras
que
suben a lo más alto del templo de Bhimakali
en la
villa de los graneros de Sarahan,
y por
esta ventanita
verás
el Shrikhand Mahadev, el Jorkanden,
y allá,
entre la niebla, el Kailash
tan
sagrado como escondido,
y este
es el mundo dando vueltas en el cielo de plata
del
tapacubos de un coche que se echa a andar
primero
muy despacio, y después tan rápido
que
todas las formas se vuelven hilos de color
hasta
que desaparecen en la gloria del girar.
Entra, entra
y asómate,
yo soy
aquel del fondo,
el que
lo ha visto todo
con tus
ojos.
Antonio
Orihuela
Diles
que dije no
Siltolá
poesía
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