Cierro los ojos
y veo
trapiellos
escribiendo
diarios sin decir,
carpantas
nuevos
con su
sopa de Cáritas recién bebida,
corcovados
de calle que dicen lo que piensan
y es
verdad,
y en
siempre verdad…
Pero no
todo es ascuas y pellizcos,
que
también veo mujeres libélulas
con
cintura y shortines,
con
pantyes apretados
y
culetes pinzones,
con la
chichona puesta como para comer
hasta
sin hambre…
y me
digo: ‘nadie me obliga a seguir con vida’,
pero me
disfrazo de extranjero
hasta
que parezco la prima de Elias Canetti,
sí, el
tipo del ‘Libro de los muertos’,
y me
digo despacio que no es el momento
de
decir nada a gritos…
Y en
vez de matarme,
pues
que pienso en la muerte…
¿Será
una mujer lúbrica
que se
abre su sexo con las manos?,
¿tendrá
cara de Ezra Pound diciendo:
‘tu pan
es cada vez más de trapos viejos’?,
¿será
el falso Ben Yitzhak?,
¿Gógol?...
Y
entonces resucito entre los muertos
mientras
las casas mueren de pie
y me
pregunto que qué es la culpa…
Y si
adivino lo que es,
¿quién
la tiene?...
Pero de
pronto pienso
en
quién pudo componerme como una música,
quién
decidió este estribillo absurdo
y
repetido,
repetido,
repetido,
repetido…
Entonces
se me vino como un orgasmo
que
T.S. Norio,
en sus
‘Tres poemas’,
se
sentía detergente…
‘DETERGENTE’,
‘minoritariamente
étnico y detergente’,
qué
pasión de palabra goloseando
en un
poema epigramático…
Y me
agringo de pronto
y me
dudo la mano como un onán de nada,
y me
toco por ver si aún existe algún signo de vida
en la
esponja que cuelga,
y me
adoceno o no,
que no
lo tengo claro…
Pero
hay musa,
hay
musa aunque se esconda y no me haga mohínes,
hay
musa para hartarse
con su
arsenal de gestos y la carne dispuesta…
La
muerte…
O mejor
el deseo como un acantilado
desde
el que alzar el vuelo
o la
caída libre…
¿Puede
alzarse una caída?...
No sé,
ahora
no lo sé
porque
sigo empeñado en hacer lo mismo,
en
decir lo mismo,
en
negar lo mismo (otra vez Canetti)…
Y la
estafa total,
el país
de la estafa total…
Pero ella
existe,
es,
tiene
piel y granitos,
se
depila con cera
o
discierne con dificultad entre el día y la noche
si
trata de vestirse para salir…
Existe
aunque solo sea en mi cabeza
y se
presta a mis múltiples caprichos raros…
‘Desnúdate
de espaldas…
Agáchate
hasta tocar tus tobillos con las manos…
Tócate
el pecho…
Aprieta…
Suelta…
Acarícialo
despacio…
Mírame
a los ojos…
No me
mires…
Mírame
a los ojos…
No me
mires…
Mírame
ahora fijamente…
Vuélvete…’…
Estaba
en la noria de la musa…
Yo qué
sé,
Subida
a una escalera
y
mirándose en un espejo ovalado
como
mirándome…
Y yo le
decía:
‘Sácate
la blusa…
Sácate
la blusa…
Sácate
la blusa’,
pero
ella estaba quieta como una fotografía,
y
entonces me dio por pensarla quitándose la blusa…
Esto sí
es la muerte,
me
dije,
una
muerte digna,
una
muerte capaz de dejarte muerto,
de
dejarme muerto,
y
recordé que un día la vi sentada,
pero no
recuerdo dónde…
¡Bah!,
seguro que no la vi,
que me
lo imaginé…
Y ahora
llueve
después
de no llover durante tanto tiempo,
ahora
llueve
y mi pelo
se riza con el agua,
pero no
hay corazón
y
tampoco hay cojones,
ya no
hay cojones
para
nada.
Luis
Felipe Comendador
Como
regar el agua
Poesía
Garvm
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