V. FILOSOFÍA Y TEOLOGÍA
EN BUSCA DE MI ELEGÍA
No logro encontrarme donde he estado buscándote,
mi elegía. Hay demasiados cementerios cerca
estos días, demasiados nombres que leer entre lágrimas
en largos muros negros, demasiadas zanjas llenas de huesos.
Y demasiados animales que llorar, borrados de la faz
de la tierra como el vaho de un espejo. Dejaron una
cara, un mero reflejo de sí misma,
la imagen de su imagen imaginada; nada más
nada de lamentos, ni tierra, ni perros, ni elegías.
Ese desierto no es tu sitio. Así que busqué
donde la muerte es vida y los dioses son animales
y el fluye por el ser como fluye el arroyo de la fuente
y a lo largo de los ríos hasta el mar;
¿pero qué hay que llorar, si la vida se traslada a
otra vida? Mejor un rito de iniciación,
una dolorosa, dichosa celebración del cambio,
advertencia y bienvenida para el alma que regresa
sin recordar quién fue, y nosotros no lo sabemos tampoco,
ave marina o niño, salmón o helecho o cervatillo.
Y en el camino óctuple, aunque la compasión se sienta
como en casa, todo el trabajo del dolor
se reduce a inhalar y exhalar las vidas liberadas
del cambio cambio cambio, las que se fueron a ningún sitio
para no hacer más daño al fin, tras tanta angustia.
¿Así que dónde buscar? Solía soñar con subir a lo alto
de las colinas, esos silenciosos montes rojos del amanecer,
para encontrar a tus hermanas, las Lamentaciones; pero ese
es el viaje del héroe. Soy más vieja de lo que un héroe llega
a ser jamás. Mi búsqueda ha de consentir en observar,
sentada pacientemente, asomada a la puerta abierta.
A lo lejos entre las sombras alcanzo a ver a una mujer
que pronuncia un nombre. Aunque no alcanzo a oír su voz
a través de las ruinas de los siglos,
sé lo difícil que era hablar, cómo le dolía la garganta.
En Roma, junto a la pira o la tumba abierta,
solían pronunciar el nombre tres veces, y luego callar.
Un nombre es difícil de decir. ¿Quién leería en voz alta
todos los nombres de ese largo muro? ¿Qué mujer
podría soportar conocer tantos hijos muertos?
Los números son más fáciles. Por eso los hombres de negocios
dicen números, no nombres. La pena no es lo suyo.
Pero creo que puede ser el mío, y si sigo teniendo
un pueblo, lo encontraré llorando.
Mi elegía, tu ropa está pasada de moda.
Te veo pasar junto a mí por un camino en el campo
envuelta en una capa gastada. Tus pasos son lentos,
por un camino que se va oscureciendo a tu espalda.
Al anochecer algunas estrellas brillan pequeñas y
claras como lágrimas
en un oscuro rostro que no es humano. Te seguiré.
Ursula K. Le Guin
En busca de mi elegía
Poesía 1960-2010
Traducción de Andrés Catalán
Nórdica Libros
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