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En el
exacto centro de su centro
la
mujer pinta el vértigo y se asoma.
Como los
gatos negros de la noche,
camina alrededor,
mide el vacío,
se
asoma a su avispero, su intervalo
de
dolor a dolor, su abismamiento
y
acerca los dos pies, la coyuntura
en que
el barranco traga las palabras,
piedritas
ya vencidas por su lastre.
Con su
rencor purísimo y amargo
que es
la fermentación de la mentira,
la
mujer vuelca ácido carbónico
en su
esternón, el hueso valeroso
cuya
forma es la grieta, la fractura
en la
concentración de la materia.
Vierte también
vinagre y disolventes
sobre su
corazón como una zanja
y en el
abismo pinta un nuevo abismo,
un
agujero negro en que la luz
nunca
puede salir, queda exigida
a la
larga derrota, su fortuna
de los
días fatídicos, sus trece.
Asomada
a su pozo, ya invisible,
se entrega
a la pasión, la noche oscura,
el
vértigo pintado sobre el hueso
de
quien subida al piso veintiocho
en su
azotea y su angustia vertical
se
tizna con carbón, tiñe su piel
de
negro sobre negro y ensombrece
desaires,
precipicios y basaltos.
Tan solo
brilla el miedo, el corazón.
a Reina María Rodríguez
Mª Ángeles
Pérez López
Atavío
y puñal
Olifante
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