02 LA
SANTA CONTAMINADA
No
conozco
la ciudad, te dices.
La
tarde primera del verano
te
duele en cada hueso y es nido
la
casa, es madriguera
donde
nadie entrará
ninguna
otra vez si no es con duelo.
La
ciudad se despliega,
reverbera
delante de tus ojos
como
una fiebre extraña,
oyes
pájaros donde antes velocidad
y luces
de neón.
Buscas
dinero de nueve a nueve,
eso es
todo lo que necesitas de los otros.
Por las
radiantes avenidas
del
Corte Inglés te cruzas con un carrito
que
lleva a una mujer de tu edad,
encogida
sobre sus rodillas,
chupándose
las manos,
llenando
de babas el pasillo
resplandeciente.
Haz
como ella. Porque ella es
más
triste que tú, más extranjera que tú,
más
punky que tú.
La
vieja delgada bebé
con su
cerebro paralizado
ha
conseguido más subversión
que
todos tus poemas hiper-críticos
elaborados
con el mismo lenguaje
del
propietario o de la beata. La vieja
bebé se
ha meado en el pasillo
so cool
de los cosméticos,
ha
llenado de babas las luces de neón
so trendy
de las marcas.
Qué
asco,
decías
tú, qué.
Mira a
la diminuta subnormal
cagándose
en el Mercado
mientras
tú lloras en casa,
limpiando
la casa los viernes,
advirtiendo
a tus amigos que no se droguen,
que no
se casen,
que no
vean televisión los domingos.
Mira,
en el
teléfono anuncian la Infección.
No solo
los antisistemas,
sino
los profesionales
serán
exterminados,
conminados
a no salir
de las
instalaciones sanitarias.
La
Hermana Paciencia será
cantada
como mártir preciosa:
vieja
monja de una raza pobre,
preciosa
sucia sangre extranjera negra,
pero
valiosa como oro porque contiene
anticuerpos
contra el ébola.
Aparta
tu puto asco,
your
fucking pain,
puto
dolor,
asshole,
es La Cura.
Esas
babas, esa sangre,
estos
sagrados viscosos licores.
La subnormal,
la negra, la bestia
manchando,
curando, entrando
en el
Sistema por la puerta grande.
Los
negros pacen en silencio
como si
no fueran hombres
sino
rebaño de los hombres.
A veces
chillan muy fuerte,
llegan
hasta la valla de Europa,
manchan
de sangre las cuchillas,
dejan
allí sus virus, su furia, el que tenga
anticuerpos
del ébola, pase,
el que
tenga la fuerza sola de su trabajo
muera.
Nocturnas
azucenas del jardín
te han
arrebatado después,
al
pasar por los grandes almacenes,
campánulas
transparentes que durante el día
son
alba vegetación inane
y por
la noche
su
blancura fosforescente
exhala
el olor de la santidad,
algo
que paraliza y nos cura.
Santa
Subnormal,
quieto
bebé delgado tú,
cada
mañana compras la prensa,
miras los
perros, enciendes las luces.
Yo te
he visto
golpearte
la frente,
morderte
el puño,
llenarlo
de babas.
Santa
Contaminación,
dejas
un moco en las sábanas
y
sigues leyendo
con una
botella de plástico al lado:
tanto
lloro, tanto moco y tanto vómito
te han dejado
la piel reseca,
el
cuello arrugado,
el
escote marchito. Eres tan inútil,
que ni
siquiera esta aparición
digna
de Artaud & Baudelaire
empujando
un cochecito ortopédico
logrará
sacarte de ti misma y mancharte.
No, tú,
como Sylvia Plath,
has conducido
tu vida
hacia
las hogueras,
ahora,
en el escalofrío, te repliegas
de
nuevo sobre tus rodillas,
retraes
tu casa y tus versos/hijos a tu útero
y abres
el horno: muchos años de grasas,
vísceras
de pescado,
hojaldres
reventados
y
pizzas te miran.
Iremos
a emborracharnos al Ritz
y luego
lloraremos
en el
centro de la Ciudad
mirando
las noticias.
La
llenaremos de mocos y babas. Des-
conozco
la ciudad, me dices.
Cristina
Morano
No
volverás a hablar nuestra lengua
La
Estética del Fracaso Ediciones
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