La
mujer es un bello, implacable animal
que se
pinta con nieve el corazón.
Una
osezna que hiberna largamente
pero
pare a sus crías en el frío,
un
animal feroz, sobrepasado
por su
propia pasión, temperatura
que
derrite la escarcha y los desaires.
Mientras
el oso duerme, merodea,
mastica
con desgana los recuerdos
y rebaja
su tasa metabólica,
ella
desgasta el tiempo del glaciar
como
hielo que vive en su tormenta,
su
estallido feliz, cristalográfico
que le
devuelve el modo más flexible
y
líquido, también nombrado amor
o arroyo
que le corre por las patas
y hace
bajar al hijo, a los oseznos
hasta el
suelo en que habrán de levantarse.
Entonces
toma nieve y se calienta
el
corazón blanquísimo y ardiendo
en su
aterida cueva silenciosa.
A nada
temerá, con sus dos manos
arranca
sus criaturas, sus pesares,
baja
vida caliente de sus ingles,
de sus
huesos inmensos y esponjosos
que se
abren con dolor mientras hiberna.
Las
lágrimas de esfuerzo y de alegría
pintan
de sal su pelo entumecido
y al
caer sobre el hielo lo disuelven.
Con el
perfecto blanco sobre blanco,
la
floración arisca del invierno
reverdece
al igual que la mujer.
María
Ángeles Pérez López
Mecanismo
animal
Planeta
Clandestino #202
Ediciones
del 4 de agosto
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