4. El
bosque lleno de fieras
El
bosque de la poesía está lleno de fieras. No hay posibilidad de
supervivencia si no se conoce, si no se abraza el ser fiero.
No el ser bárbaro, sino la intensidad enorme como manera de
estar en el acontecimiento, la fiera poesía.
Quizá
la poesía no sea otra cosa que la gota de aceite hirviendo con que
Psique, incapaz de resistir al deseo de saber cómo es quien la ama a
oscuras cada noche, quema el rostro de Eros, provocando así, en la
inconsciencia, la huida del amor y la paz de lo oscuro.
El
destello de la inteligencia lleva a la vida en vigilia y para
recuperar el sueño solo queda pedir el perdón (que no será
concedido) o afrontar el riesgo de elevarse por encima del ser
mortal: parir con dolor los hijos del conocimiento, buscar el camino
al Inframundo, engañar a Cerbero, pagar el precio de Caronte,
atreverse a mirar de frente el dios de las sombras y los fuegos del
núcleo candente. Bajo la piedra lo líquido prende en llamas. No
medir las propias fuerzas, perder en la batalla, dormir en el olvido
del mundo.
Solo la
fuerza de amor, el beso de Eros retornado, da luz nueva al
conocimiento. Psique renace, pero no es una repetición de sí misma,
no de quien era antes de los trabajos y los días en lo oscuro, sino
un retorno desde otro lugar y ya no mira con los mismos ojos.
Quizá
todo eso pueda ser la historia secreta de la poesía fiera, que
devora cuanto la rodea y luego descansa y mira el mundo sin el ansia
del estómago vacío. Se duerme plácida y solo el hueco, el vacío
de nuevo en las entrañas la empuja a recorrer la selva en busca de
alimento. Solo cuando lo encuentre, lo cace en la carretera, lo
devore crudo, beba la sangre del animal, podrá descansar mirando el
mundo que se extiende más allá de la rama retorcida de las zarzas y
beberá el agua clara de los arroyos que nutren las raíces de todo
lo vivo.
La
poesía no será, tal como yo la entiendo, un dulce vino recibido
entre las manos del poeta hecho copa. Ni siquiera el vino amargo del
cante que a borbotones asfixia derramado sobre labios resecos. La
poesía ha sido eso mismo y si, himno gigante... (infame
Bécquer), pero ahora no puede definirse por lo que ha sido, sino por
lo que es en estos tiempos de fragmento, de razones técnicas, de
dioses como Destinos Financieros, eficacia probada y fin de la
historia. Ahora no.
La
poesía ya no tiene sentido, si acaso la dejan producir sentidos.
Y la miran, bajo sospecha de oscuro camino a la nada, con desprecio.
Carlos
Serrato
Fulgor y
fiebre seguido de La fiera poesía
Colección
Once
Amargord
Ediciones
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