II. TARANTELLA (EN ALGUNAS PARTES DEL SUR DE ITALIA SE CREE QUE BAILARLA SOLO SANA LA LOCURA)
Entonces colocarán un espejo de plata boca abajo
sobre mi pecho.
Cerrarán mis ojos y comprobarán
por última vez mis muñecas. Alguien se santiguará
y mi muerte tampoco impedirá que continúe
creciendo la mala hierba ni mi muerte impedirá que
continúen las mareas que engullen hombres ni tampoco
se notara, en modo alguno, mi ausencia ni acabará
el mundo cuando se apague la luz
en mis ojos ni me llorará mujer alguna ni quedará nadie
que recuerde mi nombre en cosa de diez años ni
habrá servido de nada haber aguantado
tanto todo aguantar todo y tanto no
habrá
servido
de nada.
También se les lleva flores a los vivos.
También se reza por ellos. También.
Se besan sus fotografías
como se besan las de los muertos.
A pesar de que nos abandonan
guardamos las blusas, el reloj
y la caja de cigarrillos que se olvidaron en casa
y las planchamos y lo seguimos
guardando todo en la mesita de noche
como si fueran a regresar. Como a los muertos
se les anhela pasados los años. Se les recuerda
jóvenes aún, como hace tiempo
dejaron de ser y todavía
nos sabemos sus números de teléfono y cuándo
deberían cumplir años.
Se llora por los vivos. Mucho. Como por los muertos.
Nos parece verlos entre la multitud. Incluso
nos acercamos a saludarlos pero
no son
hace tiempo
que ya no son.
Arrastro mi pena y me miro
en el sol verde de todos los espejos.
Sólo quiero escribir
del cuerpo desnudo y su ceniza.
Acaso
también de insectos. Cuando muera
no será la primera vez que haya muerto. Una vez
me enterraron desnuda. Mi cuerpo. Mis cenizas.
Insectos. La piel se hace hilo. Acuden las moscas.
Fuimos rocas en una época noble.
El mar
sigue siendo
la más bendita de todas las oraciones. Sigue siendo
tan mortal como nosotros.
Begoña M. Rueda
Exitus
Editorial Pre-textos
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