EN EL NOMBRE DE DIOS
La Cabalgata de Reyes en Moguer
la abre un pasacalles roñoso del año nuevo chino.
Son unos quince jóvenes, aunque lo único chino del cortejo
son sus salarios y su trabajo en total ausencia
de contrato laboral.
La Cabalgata de Reyes en Moguer
la cerraba el rey negro.
Frente a mi puerta, unas adolescentes magrebíes
le han pedido alborozadas caramelos
y uno de sus pajes,
un mocoso de siete u ocho años,
ha respondido a sus súplicas
echándoselos debajo de las ruedas de la cabalgata.
Viendo que se arrebujaban hasta allí,
ajenas al peligro de ser arrolladas,
ha comenzado a tirarles caramelos a la cabeza
con los ojos inyectados de odio
y una saña que no había visto ni entre los animales.
Les tiraba caramelos acaso porque no tenía piedras
o porque sabe que no puede meterles directamente un tiro,
y porque sabe, además, que nadie va a protestar,
nadie va a defender a estas niñas en Moguer, aquí
igual que en otros muchos lugares,
son invisibles.
Ni siquiera tenemos que declararles la guerra para acabar con ellas
cinco millones mueren de hambre cada año en el mundo,
niñas como estas, que están aquí
no para arrebatarles los juguetes a los niños
blancos, gordos y estúpidos del primer mundo,
sino apenas por la diferencia entre un caramelo y la muerte.
Pensé en hace dos mil años, cuando en Belén
un paje como este acompañó a su rey
para ofrecerle mirra a un niño pobre
que había nacido entre el estiércol del Tercer Mundo.
Pensé en hace unos instantes, cuando sabía
que no había regalos para mí en esta cabalgata
y, de qué manera, entonces
un simple paje de rey negro moguereño
me había llenado la boca de caramelos amargos.
Antonio Orihuela
La ciudad de las croquetas congeladas
Ediciones de Baile del Sol
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