*
El
campo fue el mito
fundacional
de la familia.
No
había cielo
para
los muertos,
sino la
llanura donde balaban los corderos
antes
del sacrificio.
Un
paraíso
que
construyó mi madre
cuando
su madre carneaba animales
que no
tenían nombre,
no como
esa cerda
paridora,
que amamantó a los gatos
y por
haber aprendido
a
obedecer, sobrevivió.
*
Por
estos días
decir va a hacer frío
significa
hay que cortar leña.
Me
preparo, lastimo
insisto
en la hendidura
hasta
que la materia ceda,
transformo
lo seco
y duro
y muerto en necesario.
Las
venas de mis manos
me
recuerdan a las de mi abuela
a quien
su marido
llamaba
Picota: herramienta
de
trabajo o de tortura.
Un
crujido
familiar,
de hueso débil
prende
en las ramas.
*
La
noche es un pozo
profundo
como el hambre
que
despierta a mi hija.
Me
asomo desde el fondo
a la
distancia
recién
nacida entre las dos.
Acá está mamá,
digo,
como si fuera otra
quien
recompone el grito.
Una voz
que subleva
la
penumbra común
de la
necesidad.
*
Te como cruda
decía
mi madre,
que en
cada animal veía
su
posibilidad de ser
carne,
cuerpo abierto con huesos
que ya
no sostienen, como
mariposa
con las alas quemadas.
Yo
dejaba que me comieran
sus
palabras
me
deglutiera la lengua que es
mi
herencia, así
me hice
finita, de cara
a un
pánico típico.
*
Qué linda, dicen algunos
o pobrecita, ante la torcaza
que
anida sobre una rama baja
en la
parte oscura del patio.
No hay
que mirarla
o
abandonará al pichón,
advierten
los que saben
que a
la torcaza el miedo la atonta.
A la
altura de mi cabeza
la
frágil madre cela
su
íntimo alboroto
como un
pensamiento que insiste.
Inmutables,
compartimos
la
disimulada compasión
por la
conquista a solas
de un
hueco donde ser sostenida.
Andrea
López Kosak
Animales
de costumbres
Pre-textos
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