En las
tumbas de los monjes de antaño
escribían
la palabra con piedra rota,
se
sabía el cántico antiguo;
nadie
retomaba nunca las sílabas
ni las
dejaba encintas en el aire—
eran
del silencio pesado de la página.
Pero el
canto sabe del indicio del cielo,
del
cierto rumor que lleva al rubor del sol
y la
luna roja de pigmento extraño,
las
luces que calan la estancia
con
pétalos de otoño y referencias
insólitas
en el seno de mi fe abandonada—
que es
aquello en lo que creían las bestias,
cómo se
rociaba la danza con sangre de buey
y los
labios con fuego derretido de dragón
de
selva caliente y hambrienta,
de
selva selecta, impregnante,
con
savia en el centro del esqueje.
María
Salvador
Poema
del bajo continuo
La
Garúa Poesía
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