Lindera
Mario
adorábate en la calle,
repeliendo
a mil perfumes.
Te
seguía con la vista,
reflejada
en las vidrieras
y en un
negocio de ropa
te
detuviste a mirar
el
precio de una campera
con volados
que hacían juego
con sus
botones dorados
y
flecos que daban miedo
(qué
tremendo el gusto tuyo).
Una
chica soltera y trabajadora
duerme
en una cama estrecha
que al
despertarse cansada
le
cuesta volver a armar.
Cuelga del
cielo raso
una
lámpara de hilo
a la que
una corriente de aire
hace
parpadear un poco
y el
cuarto se queda a oscuras
unos
dos o tres segundos
y si
ella chupa un cigarro
su
desnudes resplandece…
Mario
repartía volantes
para
una rotisería,
los
tiraba por debajo
de las
puertas de las casas.
Era
amigo del muchacho
que
preparaba los pollos al espiedo,
se
conocían del barrio.
Para
llegar hasta el centro,
temprano
por la mañana,
antes
de tomar el tren,
en la
barranca con pasto
se ponían
a fumar
yerba seca
con semillas,
ramas y
hojas bien prensadas,
el
Paraguay aportaba
la que
costaba barata
y
aunque pegaba poco,
ellos
contentos igual.
Temperley
era un sol
de
duros rayos pregnantes.
Al
borde de la estación
estaba
lleno de árboles.
Mario
apoyó su pecho a un tronco
que un
poste de luz sería
dentro
de 12000 años.
(En
estos versos el tiempo
dura
más de lo normal).
“Un
criadero de pollos
es un
trabajo de mierda”
le
decía Mario a su amigo
mientras
el humo pasaba
de su
boca a los pulmones.
La
cantata del desgano
siempre
está por comenzar.
Giran y
giran los fierros,
de la
máquina de espiedo,
a esta
hora no hay comida
para
pensar en comprar.
Con
olor o sin olor,
los fierros
son fierros siempre
y en la
tierra hay un gusano
que roe
sin parar un hueso
que
bien puede ser de pollo
aunque
también de algún niño.
Un
helado derretido
sigue
siendo el mismo helado
que venden
en todas partes.
Hay que
olvidarse de uno
para
ser parte del otro,
dijo
Mario, pero nadie lo escuchó.
En la
llanura infinita
ambos
sexos desbordaban.
¡Cuanta
gente que anda sola!
La
ciudad es una cruz
y el
amor una bandera
a la
que hay que desenrollar.
—Bancá
los trapos, careta!
A ella
la echaron del trabajo
por reducción
de personal.
Es
triste la Argentina, amiga.
Mario
no la vería más.
Francisco
Garamona
La
llama de la poesía quemarse
Ediciones
Liliputienses
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