La poesía sobrevive porque hechiza y hechiza
porque está hecha a la vez de claridad meridiana y profundo misterio; porque no
puede ser enteramente explicada, porque jamás se agotará. Los poemas de Simetría radial son relativamente
directos, accesibles, fáciles de leer. Pero Katherine Larson tiene el don que tenía
Yeats, el mismo que Keats, el poder de encantar el oído, cautivándolo, y el
oído es testarudo, tan testarudo como la mente: no dejará que esta voz se
pierda:
La Vía
Láctea balancea su espalda
a
través de una América comida por el viento
como
una silla de montar polvorienta
sobre
tu caballo lunático de azabache.
Ha oscurecido
ya sobre los campos.
Y todas
las estrellas son cobardes:
Nos mienten
sobre la fecha de su muerte
y no
hacen sino columpiarse un poco
como un
gran candelabro
sobre
las noches en que nuestros sollozos destrozados
hacen
que los muertos cojan sus armas.
Debo de
ser una de las pocas muchachas
que aún
sueña con una tela de algodón a cuadros,
que
ahora contempla la nieve
«como
la caída de un cubo de acero
con
clavos congelados»
tal y
como tú lo dijiste entre el humo
de la
pipa una noche en la terraza.
Querido,
no hay
clavos más fríos
que
esos que te aferran
bajo el
suelo. Creí haberte visto
al
fondo del auditorio
después
de mi número de danza
en el
instituto.
Sin ti es
difícil bailar.
Incluso
soñar es difícil.
(Del poema «Herido el caballo lunático»)
(2011)
Louise
Glück
Ensayos
completos
Traducción
de José Luis Rey
Visor
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