DIAGNÓSTICO
Cuando
niño,
el
miedo eran las olas.
Siempre
eran las olas acercándose.
Un
instante de duda
del
mar, en su contradicción,
como
tomando impulso,
como
queriendo ir
a otro
lugar distinto al que te empuja.
El
miedo eran las olas y ante ellas
tenías
dos opciones:
o
contener el aire, sumergirte
y
entrecerrar los ojos en el tiempo
que
demoraba el agua en rebasarte
o
decidir un salto
en el
momento justo
más
alto que las olas,
más
arriba del miedo
para
caer de pie sobre la arena.
Ya no
eres un niño
ni
juegas en la playa.
La
médico, con una bata azul,
te ha
cogido la mano,
como
tomando impulso,
como
queriendo ir
a otro
lugar distinto al que te empuja,
se ha
sentado contigo en la camilla.
No
alcanzas a entender lo que te dice,
sólo
sabes que tienes dos opciones.
―――――――――――
II
Nuestras
cosas aspiran
disimuladamente
al deterioro.
Los
teléfonos móviles,
mientras
los desenfundas de su caja
(aún en
los cromados
la lámina
adhesiva protectora)
comienzan
a empañarse.
Cuando
salimos a cenar,
los
cepillos de dientes se desgreñan
en las
estanterías del aseo.
No se
dirían que algo le suceda
al vaso
que pusimos
muy
cerca del abismo inoxidable
del
hondo fregadero.
Abstraídas,
recorren su rutina,
su
efecto transitorio de luz perecedera.
Inmaculada
Pelegrín
La
teoría de las cosas
Hiperión
No hay comentarios:
Publicar un comentario