Aunque
en su regazo yo no tenía un sitio de privilegio,
a
escondidas
me
alcanzaba las golosinas sin azúcar y rascaba mi cicatriz
Mamá
Loba
nos
acogía a todas en su cama
los
domingos por la mañana.
Se
trataba de eso,
de matar
al padre;
expulsarle
de su trono, robar
su sitio
en los pezones de Mamá Loba.
Desesperado,
herido, Saturno
al final
se exiliaba a por el pan y El país
para,
encima, traernos de vuelta unos churros.
Sólo yo
me vestía y le daba la mano.
En el
ascensor, mi padre me revolvía el pelo.
El
pelo: hay cosas más importantes que el pelo.
Jorge M. Molinero – La cuarta hija de
Rosa (Perdido en Isla Mujeres)
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