Era el cumpleaños de su hija. Se
levantó, preparó el desayuno, la vio comer. Como todas las mañanas.
Quizá para que no sospecharan. Quizá para no sospechar tampoco
ella. Ella, la hija, años después, pensó eso, cuando se levantó y
preparó el desayuno para que no sospecharan. Ese día, que no era el
día de ningún cumpleaños, recostada en la cama y con algunos
preparativos, sintió, conforme se aproximaba, que una savia lenta la
recorría, un río que no era sangre, un líquido espeso y tibio,
algo, lento, una expansión lenta la recorría. Sintió que su cuerpo
se colmaba de un jarabe que apenas quemaba, un caldo, su cuerpo era
una balsa caliente, un placer, un dolor, la savia de una planta
desconocida. La reconciliación, quizá eso era. Por su madre, que ya
no era su madre. Por su madre que era el dolor de las dos, ellas, un
mismo dolor-cordón umbilical trenzándose poco a poco al corazón
del mundo. La savia, o lo que aquello fuera, llegó al límite de su
garganta y se escapó como un murmullo al principio, luego fue un
lamento, un gemido, un berrido ronco y descomunal que desde su
interior otra fuerza exhalaba. El horror y la compasión, quizá eso
era.
Lola Nieto – Tuscumbia
edición harpo habla
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