“Mis
vecinos, los de la puerta C, vienen cargados con la compra de toda la
semana. Comienzan a discutir por el pasillo, esta vez por el asunto
de la gasolina. Él dice que no vuelve a llenar el depósito, ella le
amenaza con dejar el coche en el garaje toda la semana. Él dice que
ni hablar, que el coche es para usarlo. Suben la voz cada vez más.
Están gritando. Los vecinos de la puerta C se mandan a la mierda, se
dicen no te aguanto más, y pegan un portazo. El niño de los vecinos
tiene 4 años y no sé cómo se llama, se podría llamar Adrián,
David, Pelayo. Aunque también Daniel, Óscar o Jonathan, pero no se
cómo se llama. Mi hija lo llama fantasma. Dice: ése es el niño
fantasma.
Mis
vecinos me miran mal, lo sé. Si supieran que me acuesto con P
dejarían de saludarme para siempre. Si viviéramos en otra época,
en 1962, por ejemplo, me denunciarían a la policía junto con Luis,
mi marido. Así que hago como si nada, jugamos a ser despistados y
nos saludamos tímidamente en el ascensor mientras comentamos el
parte meterológico.
Mis
vecinos me dan igual.
No sé
sus nombres
pero sé
cómo pisan.
Sé que
tienen miedo,
que son
unos cabrones
que
llevan una vida
miserable,
y
que no
salen de casa.
Que
tienen un trabajo
embrutecedor
y mienten
cuando
dicen que
les
encanta."
Roxana
Popelka – Todo es mentira en las películas
Ediciones
Baile del Sol - Narrativa
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