LA LUZ INVERNAL posee olores extraordinarios.
El cuaderno el lápiz y la goma de borrar
esperan impacientes.
Nieva pan blanco tras las ventanas
(de cuando en cuando acucia el hambre).
A Lucita le crujen los dedos
tiembla como pingüino
muerto de frío
sobre el pupitre.
Ninguna de nosotras conoce el resultado.
Jesús-y-maría-santísima
dice la maestra
escupiendo
pepitas de rabia desde su boca.
Las lenguas se repliegan
y es motivo suficiente para el suspenso.
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ES LO QUE SUCEDE cuando mamá
dobla el pescuezo de la gallina.
Ella rebana
escalda
despluma
y hierve.
La única salida es correr
hacia el retrete y vomitarlo todo:
cuello pico plumas
(también las orejas de burro
que la monja encasquetó a Daniela).
Y rezar confiando
que anochezca pronto
se muera sor Elvira
y amanezca sin nubes.
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UN BOSQUE de líquenes y musgo
arrastramos bajo las uñas.
En el belén husmea el ángel
elevando su estrella
sobre tejados de algodón
cascadas de plata
y figuritas de barro.
Sus majestades preguntan por el guiso
que hierve en la cocina.
La gallina aún cacarea en mis oídos
y escondo las manos
para no confesar que fui yo
quien la llevó hasta allí.
En el lugar del hambre
cualquier depredador es inocente
sentencia mamá.
Las tripas ingrávidas
responden con un ruidillo
de feliz agradecimiento.
Isabel Hualde
Canción de las voces diminutas
Ilustraciones y caligrafía de Chilis Cubeiro
Nota de Blanca Eslava
Plantillas de Melissa Dillon
Cartonera del escorpión azul
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